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Ninguna agencia publicitaria extranjera ha hecho aportaciones significativas a la publicidad del país. Alguien podría tratar de contradecirme, lanzándome a la cara que la agencia puertorriqueña de Samuel Badillo abrió aquí espacios estratégicos y altamente beneficiosos cuando se asoció con Alfredo Bergés y ambos fundaron «Badillo & Bergés».
Pero de ahí no pasó, porque desde esa agencia no se produjeron estrategias pedagógicas ni huellas profundas en el ejercicio creativo, exceptuando lo que produjeron los cubanos que se adhirieron a su staff. Pudiendo señalarse el importante paso de avance en las mixturas creativas que desarrollaron esos creativos cubanos -con su vasta experiencia y chispa- junto a los creativos y dibujantes dominicanos; todo en la parte baja del decenio de los sesenta.
Es preciso señalar que la inmigración cubana de principios de los sesenta estuvo avalada por el gobierno de Juan Bosch, que permitió la entrada de mercadotécnicos y creativos que emigraron cuando la revolución cubana cerró su mercado a la libre competencia. Entre los que llegaron estuvo el sociólogo Orestes Martínez, el cineasta Eddy Palmer, el editor Jorge Piñeyro, y los creativos y estrategas Fito Méndez, Rivera Chacón, y Salvador López, entre otros.
Los decenios sesenta y setenta conjugan la historia publicitaria dominicana, la cual arrancó con vigor a partir de la muerte de Trujillo. Se podría escarbar en hemerotecas, archivos de material fílmico y en estudios de grabación, y se llegará a la conclusión de que lo mejor que se ha realizado aquí en creatividad y sagacidad mercadotécnicas ha sido creado por publicitarios dominicanos. O sea, aquí ha surgido una «publicidad imperfecta» para un «mercado imperfecto», donde las campañas y los anuncios han logrado -con sus «desperfectos»- inyectar al mercado local un discurso donde su crecimiento ha sido constante, palpable.
Y ahí están, impresos en el ladrillo histórico, los nombres de Juan Llibre, Alfredo Bergés, Damaris Defilló, Brinio y Ramoncito Díaz, René del Risco, Freddy Ortiz, Camilo Carrau y Yaqui Núñez, entre otros. Por eso, en verdad, no vi en aquel 1979 la razón de que una agencia transnacional -la «McCann Erickson»- acosara a una agencia nacional -la «Dávila & Marchena»-, quitándole su principal cuenta, el Banco de Reservas, lo cual ocasionó que, a la larga, José Vicente Dávila y Guillermo de Marchena, sus dueños, se separaran.
Ese 1979 había marcado el tercer intento de «McCann Erickson» de establecerse en este «mercado imperfecto», y lo logró gracias a la cuenta del Banco de Reservas. Antes, desde bien temprano en los sesenta, McCann había intentado establecerse sola en el país y había fracasado. ¿Lo recuerda alguien? Posiblemente no.
Pero lo que sí se podrá recordar serán los nombres de los que, como creativos, escritores, investigadores, directores de arte, ejecutivos de cuentas, fotógrafos y cinematografistas, han hecho posible que «lo imperfecto», ese maravilloso legado del budismo Zen que nos enseña que «nada es perfecto, ni permanente, ni completo» (y conocemos como el concepto «wabi-sabi»), haya hecho posible que nuestra publicidad sea hoy lo que es: una esplendente realidad.