La República Dominicana hace muchos años que dió inicio a un acelerado proceso de desarrollo y progreso democrático, social y económico, en la que millones han superado estadios de pobreza extrema. Sin embargo, la nación en ciertos períodos de la democracia ha sido cooptada por improvisados, gente sin dominio de la autoridad, sin personalidad que encaje cuando hay que ser excepcionalmente eficaz, con perspectivas de un proceso de recuperación nacional; gente que sea capaz de promover el progreso; que pueda conceptualizar de temas globales…, en fin, hombres de Estado.
El Estado no puede seguir siendo el capricho del imperante de turno, cargado de improvisaciones, y hasta de innovaciones caprichosas. El país no quiere hombres y mujeres que quisieran cambiarlo todo.
Tampoco necesitamos sonrisas, ni abrazos, ni gobiernos coloquiales, ni endeudadores, sino administraciones disciplinadas, y con poder coercitivo para protegernos y para proteger la nación. Dejémonos de banalidades, de simplezas, ya hemos tenido ultra-criticadas gestiones de gobiernos en el país, de escándalos varios y evidencias de inconsistencias; verdaderos desertores.
El PLD y el PRM han alentado las aspiraciones presidenciales, y en el oficialismo en particular, un grupo de jóvenes que no terminan de cuajar, y sólo les avala el cargo público como feudo personal.
Aún recibiendo críticas por ser contrarios a la normativa vigente, ahora aparece una ingenua advertencia del Presidente de pedirle la renuncia voluntaria si persistieren en permanecer en constante proselitismo.
Pero la lectura del proceso, es la similitud con el “danilismo” y “sus flores de un día”: dejar bien claro que ningún aspirante está en condiciones de gobernar un país con las dificultades que se presentarán para desatascarlo, y ante el conflicto emergería la figura presidencial, para allanarlo: o él o el que él quiera.
Debe quedar claro, que viene una campaña que regurgitará los manejos de fondos. Y, sobre todo, que dejará bien claro que el país necesitará de candidatos con propuestas o experiencia de Estado, y no de promesas vacuas e irrealizables. Gente con coraje y responsabilidad, auténticos.