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¿Recordaremos?

¿Recordaremos?

Efraim Castillo

Efraim Castillo

efraimcastillo@gamail.com

En la famosa epístola Eloisa to Abelard, de Alexander Pope [1717], hay cuatro versos que han sido esgrimidos como tema central, sustancia básica y si se quiere anecdótica, en múltiples plataformas culturales que utilizan lenguajes estéticos para comunicarse: cine, literatura, música, etc. Esos cuatro versos tocan profunda y maravillosamente el olvido y el recuerdo, pero sobre todo la presencia de un amor evacuado desde el alejamiento y el enclaustramiento: “How happy is the blameless vestal’s lot! / The world forgetting, by the world forgot. / Eternal sunshine of the spotless mind! / Each pray’r accepted, and each wish resign’d [Feliz es el destino de las vírgenes vestales / pues olvidan al mundo y el mundo las olvida a ellas / el eterno resplandor de una mente sin recuerdos / cada oración aceptada y cada deseo renunciado.]
Porque los recuerdos, como efluvios, presionan siempre y convierten los registros de lo existido en presencia continua, en evocación para desenterrar aquellos pasajes —afortunados o penosos— de lo vivido y así abrir, como enuncia Walter Benjamín, “ese espacio que aparece al quebrarse la temporalidad lineal y se abre al tiempo en todas las direcciones para hacer confluir pasado, presente y futuro en un remolino en el que giran el antes y el después” [Obras, Libro I, 2008].
Es por esto que la inmensa mayoría de las llamadas memorias y autobiografías evaden penetrar ese remolino que conduce a la recordación y exaltan la sinapsis que lleva a la memoralidad, a esa totalidad que exprime los recuerdos y produce la catarsis, la evacuación del alma, la compunción que duele y atormenta, iniciada en la historia con las narraciones contadas de padres a hijos y de éstos a nietos desde el calor del fuego tribal, las cuales evolucionaron a través del asombroso pensamiento helénico, en donde los creadores de la Historia la convirtieron en materia útil [en memoria social], como Heródoto de Halicarnaso, que se auxilió de ella y de los relatos contados por otros; como Tucídides, que viajó al lugar de los acontecimientos para reflexionar y desdoblar la información; como Jenofonte, que escribió apoyándose en sus recuerdos; o como los historiadores romanos Salustio, Tito Livio, Tácito y Cornelio Nepote, que a través de sus anales elaboraron relatos ajustados a sus memorias propias y ajenas, hasta arribar a Cicerón al entrar al Siglo V d.C.; así como con San Agustín y su magistral La ciudad de Dios, en donde la Historia alcanzó —mediante la apología del cristianismo— unas profundas reflexiones teológicas y filosóficas.
Pero, y ahora, ¿recordaremos u olvidaremos que este mundo, nuestro agitado mundo y toda su fanfarria de ostentación postmodernista, se ha arrinconado a causa de un microorganismo [sí, de un microorganismo] cuyo material genético es protegido por un envoltorio proteico que requiere —para subsistir— introducirse en células ajenas, nuestras células y, tras reproducirse en ellas, consumirnos y dejarnos sin vida?
Entonces, contéstemelo usted, ¿necesitaremos, citando a Pope, el eterno resplandor de una mente sin recuerdos para alcanzar la felicidad?

El Nacional

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