Como si al PRM le habrían presentado todo un catálogo de traficantes de drogas narcóticas para sostenerse económicamente y obtener su triunfo electoral, urge recordarle que el pueblo merece un desagravio ante conductas tan despreciables.
Estos personajes constituyeron una tropa, y establecieron su cuartel o nicho electoral en este partido, genuinamente identificados gracias a su repertorio de contribuciones sin máscaras, con rostros conocidos, aunque hoy lo nieguen los beneficiarios quienes pretenden ocultar y negar responsabilidades.
Sin embargo, la comunidad nacional, que se siente maltratada por la irrupción del crimen organizado dentro de esa estructura partidaria, reclama con vehementísima actitud impedir que la democracia dominicana sea tolerante a ese despropósito. Los verdaderos culpables son, por supuesto, los que le anidan y le brindan calor garantizándoles posiciones electivas de refugio.
Resultaría plausible, entonces, que el oficialismo se conduzca con el respeto cívico que merece la actividad política y la democracia, presentando un mea culpa, un acto de reparación por respeto a una ciudadanía que se enfurece ante hechos tan repulsivos como es la venta de inmunidad.
Es innegable que el PRM ha defraudado el compromiso político de no permitir que el partidarismo termine en la confrontación delictiva entre bandas sicariales y tengamos que vivir y/o hacer política peligrosamente.
Al partido oficial le quedan riesgos en este litoral criminoso porque faltan más casos, y es la realidad que vive una organización jaqueada por esas tentaciones, y que la sociedad no percibe el desligue; pero agreguemos que además tiene dentro su peor enemigo: las luchas intestinas, que traerá desamores, el compañerismo agrietado, las venganzas pensadas entre sus líderes, y la posibilidad de corregir errores es cada vez más imposible, pues “el poder hace que se asiente la rutina”. Por tanto, hay que respetarse a sí mismo y a los demás. Empezando por la Jefatura del Estado.

