Nunca un candidato del PRD- PRM ha ganado una reelección presidencial. Sólo Hipólito Mejía lo ha intentado y tuvo un estruendoso fracaso. El doctor Peña Gómez, cuyo esfuerzo moral y con los principios partidarios evitó que la ambición y los recursos del poder se entronizaran, logró su propósito hasta su desaparición física de preservar en su poderosa «oligarquía de masa» ese principio.
Compromiso ético partidario pues la Constitución del 1966 lo permitía, pero ninguno de los dos presidentes que antecedieron su muerte motivaron ese deseo porque fueron conscientes que la voz fuerte del líder se imponía para acallar solidaridades de voces mercuriales que se levantan para su propio lucro o, en el peor de los casos, crear situaciones conflictivas y horrorosas hacia lo interno del partido y sus gobiernos que se hubiera convertido en un verdadero desgaste del proceso democrático interno.
Hoy no es así, hay un líder que no es disputado dentro, nadie recela — sólo algunas voces disidentes aisladas —de su personalidad política, y aunque Abinader no reacciona a las durezas de sus críticas, pero es de fácil entendimiento que algunas molestias le causan o deben causarle.
Es gente cuya personalidad política no amenaza sus pretensiones. Como jefe del Estado ya debe saber y tener el valor de ser impopular, y que siempre se está expuesto porque no escapa a los líderes que le toca gobernar con la carga de problemas que arrastra el país, sus propios errores, como también aquellas adhesiones a su persona que pese a tener cautela,se conceden márgenes de confianza muy grandes, y sin pretender hacer perturbadora profecía,¿seinterpondría el alma poderosa y ofendida del líder por la falsa idolatría? Aún así sus más desafiantes amigos han montado el proyecto de reelección arrastrando traumas, logros y utopías que debilitan las posibilidades del siempre laberíntico proyecto reeleccionista.