La crisis haitiana parece un hoy sin fin, pues cada día el país vecino es arropado por una ola de violencia que crece vertiginosamente, sin que ningún organismo ni potencia extranjera intervenga en búsqueda de una solución, creando un clima de convivencia que elimine los hechos trágicos, como los registraron la semana pasada que dejaron un saldo de más de 60 personas muertas acribilladas a tiros por las peligrosas pandillas.
Con un enfoque de la situación de dominico-haitiana, nos escribe la socióloga Melania Rondón, directiva del Instituto Duartiano, cuyo análisis, se inicia así: Bajo el título de pésimos indicios de un año que recién inicia, publiqué un trabajo señalando situaciones que, en el orden jurídico y de las expectativas de justicia, el país debe superar.
Ahora dirijamos una mirada de preocupación en el escenario actual, donde persiste este afán por el tema electoral, pero desviando la atención respecto de lo esencial: la ocupación haitiana, y todo lo que ella está implicando y complicando.
Ya han comenzado los aprestos electorales, y una vez más la clase política deja de lado lo que debería ser su escudo y su norte: República Dominicana es hoy día un país ocupado por Haití, pero prefieren entretenerse con los detalles del negocio electoral.
La clase política dominicana es cómplice de la ocupación haitiana a la que le hace el juego, quizá coqueteando con el voto que de allí pueda venir. Ahora ocupan su atención en las elecciones del 2024, y ciertos puntos de debates: la compra y venta de los adeptos, posibles alianzas, ley electoral, mudanza, según convenga, de un partido a otro, etc.
Y un vergonzoso etc. el poder, en este caso, es la casa del tesoro, y todos se desviven por gobernarla. Los que estaban quieren volver, los que están, forcejean para eternizarse, y quienes no han llegado ni llegarán nunca, luchan por aliarse, como bisagra, a una de las fuerzas políticas, y así asegurar, con el negocio, una porción del pastel. Mientras tanto, el país sigue bajo amenaza, y demanda una acción urgente, unitaria y decidida de parte de la clase política dominicana, a tono con los intereses de la nación, incluido el peligro que asecha a la soberanía.
Se necesita que los partidos políticos sean capaces de presentar estrategias que lleven al país a descontinuar, sin miedo a la ONU, ni a los Estados Unidos, cargando con el estado fallido que es Haití, y así ponerle un alto a la ruina y el estrangulamiento económico que en distintos ámbitos representa la ocupación haitiana en el territorio.
Los partidos saben que los organismos internacionales presionan y dan órdenes a los gobiernos serviles, y qué por ese servilismo de los gobiernos dominicanos, estos extranjeros imperiales se niegan a reconocer que somos un país soberano, y quieren que Rep. Dom. cargue con la crisis haitiana, siendo este un problema internacional.
La clase política debe prestar atención a este problema, y organizar una cumbre o una conferencia permanente para discutir y buscar soluciones.
La reciente estocada a la soberanía nacional, con una propuesta de ley que buscaba modificar la 137-3 (sobre Tráfico ilícito de Migrantes y Trata de Personas) vino de l