De la misma manera en que digna de admiración la destreza de los “reclusos” que instalaron una suerte de Silicon Valley en el penal de La Victoria, de esa misma forma hay que cuestionar el sistema de vigilancia en el recinto.
Cuesta aceptar, con la mayor franqueza, que por más hábiles que sean, los presos pudieran instalar 12 parábolas de internet satelital y seis repetidores de señal en el recinto, con las cuales se dice que cometían estafas y otros delitos virtuales, sin contar con algún tipo de complicidad al más alto nivel.
Parece una inocentada la afirmación de que el centro tecnológico fue detectado durante un recorrido por la azotea del penal y que los equipos estaban escondidos debajo de las tapas de tinacos y en cajas cubiertas de tela.
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¿Cómo pudieron ser introducidos e instalados los equipos sin que en la penitenciaría nadie se percatara? Pero resulta que tampoco es la primera vez que se encuentran equipos tecnológicos en el recinto carcelario.
En una ocasión se dijo que los responsables hasta vendían señales en el entorno de la penitenciaría. Y no ha de olvidarse la denuncia del asesor penitenciario del Poder Ejecutivo, Roberto Santana, sobre la corrupción en la cárcel.
El centro tecnológico que ha sido desmantelado demanda una verdadera investigación para establecer responsabilidades, amén de que el escándalo confirma el desorden que caracteriza el sistema carcelario en el país.
