Cuando miro hacia atrás desde este presente y mi mente recorre un espacio de sesenta años, las lágrimas, sí, esas lágrimas que aunque trate de impedir su salida, siempre brotan y alcanzan ese punto emotivo donde el llanto se hace visible y abrasa la memoria, haciendo posible el retorno de aquellos momentos incrustados entre nostalgias y negados al olvido.
Y es en esa vuelta a los recuerdos, la cual practico a menudo como un ejercicio de contacto con un pasado que, simplemente, no puedo sepultar, donde surge la figura quijotesca de Silvano Lora, alertándome con sus ojos y su voz acerca de estos fenómenos que debemos vivir a diario y que, peligrosamente, trastruecan y quiebran las estructuras vitales de nuestra débil y vacilante cultura.
Fue precisamente en uno de esos arrebatos nostálgicos que rememoré a Silvano Lora laborando en su taller de la avenida Pasteur: lo observé con una cuchara y un plato metálico en las manos, creando un collage para la serie Homenaje a la inocencia y recordé entonces lo que me manifestó aquella vez: «Efraim, el hambre de los pueblos, como una peligrosa daga, ocupa un vacío en el espacio».
Durante su ejercicio como pintor y como revolucionario, Silvano echó a un lado aquel enunciado de Platón (recogido por Derrida en La verdad en pintura [Paidós, 2001]) que explicaba «que las desavenencias entre filosofía y poesía vienen de antiguo».
Por eso, mantuvo siempre (aún insertando ciertas abstracciones de la realidad en sus obras) la prelacía de los correlatos sociales en su discurso estético.
Y esa fue una razón primordial para que sus collages, ensamblajes y performances, el pueblo ese pueblo al que dirigía su producción percibiera escalón por escalón el verdadero sentido de sus denuncias.
Es preciso echar a un lado para explicar la obra de Silvano Lora el excluyente concepto compartido por muchos críticos, que divide la plástica en unos simples «me gusta» o «no me gusta», y convierten la estética, ese espacio fundamental de la cultura, en una sospechosa escuela que manipula a través de una hermenéutica retorcida el verdadero sentido del arte y su compromiso con el ser humano y sus luchas, con sus legados y con la marcha de la historia.
Para Silvano, los collages, ensamblajes y performances como una disrupción entre el camino tomado por el país para arribar a una definición entre el discurso estético y la realidad nacional, podían ocupar un rol protagónico en las estrategias pedagógicas (él lo comprendía plenamente) y así abrir profundos surcos y lecturas dentro del tejido barrial; porque a la larga, en la comprensión popular y más allá de la simple lucha social, los discursos lúdicos son los que alcanzan una mayor penetración.
Bastaría con emprender una pequeña encuesta en algunos de los barrios más necesitados de las ciudades del país para comprobar que la música, los deportes y el dominó, cubren ampliamente la escena del ocio, alcanzando alrededor del 75% de las actividades culturales.