Es posible disfrutar de una visita a París sin sentirnos frustrados por no tener una foto frente a la Torre Eiffel. Puede ser maravilloso un viaje a Egipto, aunque no se publique en instagram nuestra proximidad en las emblemáticas pirámides. Y por solo mencionar algunos casos, puedo dar fe de que es posible ser feliz de visitar a Barcelona, aunque no archivemos fotos de nosotros en la Sagrada Familia, en Las Ramblas o la Barceloneta. Lo de las fotos del recuerdo está muy bien.
Son bonitas y cuando la memoria nos comience a fallar, esas fotos serán un excelente ejercicio. Nos permitirán darnos cuenta del nivel de nuestro alzheimer o cualquier otra enfermedad que involucre nuestro cerebro. Con lo que no estoy de acuerdo es con que se visiten lugares maravillosos del mundo y el único afán o el afán primero sea hacerse fotos. Publicar fotos sin tomar un tiempito para detenernos en la atmósfera, en los detalles de los monumentos que nos hicieron trasladarnos desde muy lejos.
Algo parecido vi ayer en un pueblito de la Costa Brava. Un grupo de jóvenes asiáticas tenía un trayecto interrumpido mientras se hacían fotos. Fotos, más fotos y nada más en un espacio lleno de belleza para detenerse a contemplar, para caminar, para escudriñar en diferentes rincones. Igual me ha tocado acompañar como guía y durante los trayectos a lugares emblemáticos, siento que algunos solo piensan en llegar y hacerse unas fotos sin ninguna atención en lo que se cuenta. Cada loco con su tema.
Este fin de semana paseando por Barcelona, siento que disfruté más que nunca de esta ciudad catalana. Las fotografías más lindas están en mi memoria. Y si me vuelvo desmemoriada, quedarán los beneficios de vivir y disfrutar más que todo del aquí y el ahora.