República Dominicana y Haití comparten una isla, una historia y, más importante aún, un destino. Por décadas, nuestra nación ha sostenido que no existe una “solución dominicana” para los problemas de Haití.
Esta frase, repetida con insistencia en foros internacionales, ha servido como un escudo político para evadir nuestra responsabilidad y para señalar la falta de acción de la comunidad internacional. Sin embargo, ante el colapso casi total del Estado haitiano, la violencia de las bandas, y el abandono de los grandes poderes del mundo, ha llegado el momento de repensar ese mantra.
La realidad es clara: mientras Haití no encuentre estabilidad y desarrollo, República Dominicana enfrentará de manera continua olas migratorias que ninguna valla o política restrictiva podrá contener. La solución no pasa por deportaciones masivas o muros fronterizos, sino por una estrategia que, desde Santo Domingo, mire hacia el otro lado de la isla con visión, responsabilidad y cooperación.
Alrededor del 80% de la mano de obra en la construcción y el agro es haitiana. Estudios citados por la BBC revelan que en sector construcción, el aporte al PIB fue de un 7.4%. ¿Cómo es posible entonces que valoremos el fruto del trabajo haitiano, pero neguemos su dignidad y permanencia? Es una contradicción que debemos enfrentar con honestidad.
No se trata de “fusión” ni asumir la carga de Haití, sino de asumir un rol más activo y estratégico en su recuperación. Mientras el Estado invierte en contención migratoria, no se observan esfuerzos visibles de acercamiento político, económico o social que ayuden a estabilizar al vecino país. La cooperación binacional, aunque difícil por la historia compartida, es urgente y posible. El proceso de reconstruir la confianza entre ambas naciones debe iniciarse con voluntad y liderazgo.
El pueblo haitiano azotado por las bandas, reconocería que los dominicanos diéramos mayor apoyo material y logístico a la policía haitiana. En tanto, puestos de inmigración en hospitales resultan contraproducente; agrava los padecimientos y aumenta riesgo de transmisión en la población. Las parturientas no son criminales, sino víctimas de la violencia.
Negar esta realidad no resolverá el problema. Ignorarla puede llevarnos a un colapso interno. Haití no es solo un asunto haitiano, también es un asunto dominicano. Si queremos seguir creciendo como país, si de verdad valoramos la paz y el desarrollo, debemos aceptar que sí, la solución también puede —y debe— ser dominicana.