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Sorpresivo

Sorpresivo

Pedro P. Yermenos Forastieri

Una característica que lo distinguía era la constante alusión que hacía a su fortaleza física. Le fascinaba usar camisas o suéteres de mangas cortas para doblar su antebrazo derecho y desplegar, orondo, su bícep, haciendo que sus interlocutores le tocaran y pudiesen comprobar aquella protuberancia enorme y dura.

Usaba todo ese vigor para sobresalir en los deportes que practicaba, softbol y voleybol.
En ambos, se le temía cada vez que se aprestaba a realizar una iniciativa ofensiva en cualquiera de ellos. Al batear, los jardineros se atestaban contra la pared del terreno, seguros de que la pelota disparada con descomunal potencia, nunca llegaría a menor distancia.

Al rematar, en el otro juego, fueron muchos los adversarios a quienes dejó tendidos en el tabloncillo ante el pelotazo demoledor que le asestaba en distintas partes de su anatomía.
Todos, según su criterio, tenían peor salud que él. Por eso, no se interesaba en lo asbsoluto en acudir a chequeos médicos.

Decía que sus ejercicios eran la medicina preventiva que le garantizaba la ausencia de enfermedades, lo cual, parecía confirmado por los hechos.

La esposa no pensaba lo mismo. Contrario a él, afirmaba que su intensa rutina de esfuerzos extremos, era el principal motivo para conocer, de manera científica, el estado de sus parámetros clínicos. Nadie era capaz de convencerlo.
Sus hermanos trazaron un plan.

Se combinaron con el médico familiar para hacer una cita para uno de ellos, quien le pediría a su creído hermano que lo acompañara. En el consultorio, el profesional fingiría que no le gustaba su apariencia y le solicitaría examinarlo.

El susto pudo más que la persuación. Accedió. Al tomarle la presión y auscultarlo con el estetoscopio, no le agradó lo que escuchaba.

Un ruido extrañísimo en el lado izquierdo del pecho.
Le hizo ver la necesidad de practicarse estudios más profundos que pudiesen determinar la causa de aquella anomalía. Consultó un cardiólogo que le prescribió una batería de procedimientos, entre ellos, uno que llamó su atención: Angiografía coronaria. Se la hizo. En tres días llevó el resultado al facultativo.

“Debes hacerte un cateterismo urgente”, fue la sentencia inapelable. En ese momento, el fortachón era un manojo de nervios.

Quedó sin opciones.
No sospechaba que la historia apenas comenzaba.
Al cabo de dos semanas, sus parientes lo visitaban en cuidados intensivos, donde lo veían, por pocos minutos, cubierto de cables y, sobre su esternón, un simulacro rojo de corazón.