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El propio Squirru, refiriéndose al muralismo mexicano y a su gigantesca y explosiva polifonía (y sobre todo a la esculto-pintura mural «Marcha de la Humanidad»[10], de David Alfaro Sequeiros), recuerda al lector «que es importante seguir creciendo, si no queremos que los titanes nos aplasten»[11].
Respecto al mural «Súmmum»
Conocí a Oviedo una tarde del neurálgico año 1963, en el atelier que José Cestero tenía en la calle Arzobispo Meriño, y lo conocí de la manera en la que uno desea conocer a un pintor; es decir, pintando, aunque de una manera muy alejada de la ideal, que es realizando alguna obra ceñida a los cánones estéticos, ya que lo que pintaba Oviedo era una enorme valla publicitaria de la cerveza Presidente; y Cestero, al notar mi asombro, me secreteó: «Efraim, él es Ramón Oviedo», y a seguidas agregó: «Ese tipo es un verdadero dibujante, fíjate como bosqueja la botella sin utilizar referencia!»
Aquella valla (de 12 pies por 24), acometida con una pasmosa velocidad y precisión, lanzó un grito desde mi interior, advirtiéndome que Oviedo estaba ahí, existía, para pintar grandes superficies y plasmar en ellas los sucesos que han construido el sujeto -ese maravilloso ente que somos-, y vincularnos didáctica, narratológica y estéticamente a la esencia del mural.
Aquella valla pronosticó mi sospecha y dos años después, en plena revolución de abril, Oviedo realizó uno de los murales emblemáticos de la plástica dominicana: «24 de Abril», el cual, no sólo es un homenaje a la más grande proeza bélica del país desde las guerras restauradoras, sino una expresión de agradecimiento hacia quien fue, sin lugar a duda, el gran guía de su travesía hacia la excelencia en la plástica: Pablo Picasso.
Luego de aquella guerra patria, Oviedo realizó -exaltando la resistencia de nuestros aborígenes- el mural «Caonabo: primer prisionero político de América», adquirido por el coleccionista y galerista Héctor Di Carlo y ahora se expone en el Museo Bellapart.
Desde un poco más arriba de la mitad del pasado siglo (1963) hasta los inicios del presente milenio, Ramón Oviedo fue empleado muy por debajo de su enorme potencial como muralista.
Por eso creo, firme, sincera y profundamente, que el mural «Súmmum» realizado para FUNGLODE (2004), inició un nuevo ciclo de producción mural en la plástica dominicana. Y al expresar esto, deseo con profundo anhelo que la muralística nacional encuentre un amplio espacio para albergar nuestra trayectoria histórica, una azarosa travesía que se acerca a los doscientos años, con una práctica estética que comenzó en el decenio de los cuarenta del siglo pasado, de manos de un joven que respondía al nombre de José Vela Zanetti, nativo del poblado de Milagros, en Burgos, España, y que aún no ha emanado el eco resplandeciente que debió producir.
Parece mentira, pero fue Vela Zanetti -siguiendo instrucciones de los ideólogos del trujillato- quien inició la más profunda y detallada estrategia muralística llevada a cabo en el país desde su separación de Haití.