Opinión

Supervivientes

Supervivientes

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Luego, la Generación del 60 conocería las dictaduras de Alfredo Stroessner en Paraguay, en 1940, y las de Marcos Pérez Jiménez y Gustavo Rojas Pinilla, en Venezuela y Colombia, en 1953. Desde luego, las dictaduras germinadas entre y después de la Segunda Guerra Mundial diferían de las mesiánicas de Stalin, Mussolini, Hitler y Trujillo, porque éstas se apoyaban en ideologías sostenidas sobre bases que propugnaban estrategias vinculantes a la capacidad nacional de producción y exportación, así como en el control de los niveles de inversión externa.

Sartre, en El Ser y la Nada, su obra filosófica cumbre (Librairie Gallimar, 1943), tiene una respuesta ante ese nudo que aprieta al ser humano frente a la realidad: “Los novelistas y los poetas han insistido esencialmente sobre esta virtud separadora del tiempo, así como sobre una idea vecina, que se desprende (…) de la dinámica temporal: la de que todo ahora está destinado a volverse un otrora; porque el tiempo roe y socava, separa, huye; e igualmente a título de separador —separando al hombre de su pena o del objeto de su pena—, también cura”.

Para Sartre, el poder del ser humano es comprender y asimilar el verbo sobrevivir, no como un suceso oportunista, sino como un acontecer fenomenológico.

Por eso, los que soportamos el tránsito de la dictadura pudimos descifrar esa noción de historia que nos remitió, sin disminuirnos, a una supervivencia que mezcló admiración, miedo y resistencia, con una secreta desconfianza; y esto, sin lugar a dudas, porque como testigos de primera fila, tuvimos que moler el vidrio y soslayar las sospechas, tragándonos —sin masticar— las alabanzas proclamadas por los personeros de que Trujillo fue para el país un fenómeno organizador, una especie de amo-dictador que reparó los múltiples caos que permanecían disueltos en los avatares de una historia sin definición aparente, infundiendo miedo a los que habitamos ese espacio-tiempo. Por eso, por ese camino recorrido, tratamos de no sucumbir, aferrándonos a un existir apegado a las apariencias, pero ateniéndonos a lo que intuíamos, no a lo que el régimen deseaba que viéramos.

¿Por qué más de un millón de dominicanos, exceptuando unos pocos, no le dijeron NO a Trujillo y se esperó hasta mediados de la década de los 40’s, cuando surgieron grupos antagónicos a su régimen? En Fenomenología del espíritu (1807), Hegel arroja luz sobre esta relación entre amo-esclavo —o en el caso específico del poder político, entre dictador-ciudadano—. Explica Hegel: “El esclavo (o el ciudadano, apunto yo) por el contrario, no tiene necesidad del amo (o del dictador, apunto yo) para satisfacer (sus) propias necesidades, y, por lo tanto, se encuentra en una posición de efectiva ventaja respecto de aquel. El trabajo lo ha emancipado del dominio del amo (o del dictador).

Pero el esclavo (o el ciudadano) se ha hallado en la posición del dominado, porque ha sentido angustia frente a la totalidad de la propia existencia a causa de que ha tenido miedo a la muerte (furcht des todes)”.

El Nacional

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