Con los ímpetus del presidente estadounidense Donald Trump parece que no hay manera de que bajen las tensiones surgidas con su llegada a la Casa Blanca.
Tras la pausa con Irán, el mandatario no tardó en romper el diálogo con Canadá y calificar de “muy desagradable” a la Unión Europea porque no lo han dejado imponer sus criterios.
En la OTAN consiguió que los miembros elevaran hasta un 5 % en 10 años el gasto de defensa. Pero se molestó con Canadá porque gravó con un 3 % los servicios digitales.
Nunca antes, hasta la llegada de Trump, Canadá y Estados Unidos habían tenido la menor contradicción en sus relaciones.
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Pero el mandatario comenzó por herir el amor propio de los canadienses con su oferta de convertir el país en un estado estadounidense, además de los aranceles que anunció, aunque luego los revocara.
Al considerar como un ataque directo y flagrante a Estados Unidos el gravamen a los servicios digitales, Trump dio por terminadas todas las negociaciones con un vecino con el que nunca se había tenido ningún tipo de conflicto.
Por lo visto el gobernante entiende que solo se le puede obedecer, a las buenas o a las malas.