Opinión Articulistas

Timo financiero

Timo financiero

Pedro P. Yermenos Forastieri

Soñaba comprar el carro de sus sueños. No era nada extraordinario, ni parecía apropiado para el trabajo que realiza, pero era su mayor ilusión automotriz desde que tuvo conocimiento de ese mundo que a muchos les resulta fascinante.

El automóvil que poseía poco ayudaba para materializar su deseo. No era mucho lo que podía obtener por él para contribuir a adquirir su sustituto. Por eso, daba por descontado que tendría que esperar que otros vientos soplaran en su favor para intentar gestiones en esa dirección.

Aquella oferta le parecía increíble. No concebía cómo podía ofrecerse una oportunidad de esa naturaleza en la cual, para él, ignorante de los secretos de las finanzas, el oferente no obtenía ningún beneficio.
Desconocía la trascendencia del dicho de que “la casa pierde y se ríe”.

El hecho era que le recibían su carrito, le entregaban nuevecito el objeto de su deseo y tendría 12 meses para saldarlo sin intereses, pudiendo pagarlo hasta en tres cuotas.

De no hacerlo en el lapso previsto, empezaría a pagar una cuota con intereses razonables.
Faltando un mes para vencer el plazo, visitó la entidad para finiquitar su deuda. En ese momento empezaron a aplicarle las letricas pequeñas de un contrato que solo personal del banco entendía.
En esa fecha se iniciaba el pago de cuotas con réditos aplicados.

Por eso, cuando le dijeron el monto para saldar, no entendía por qué no era la misma que la cantidad de dinero que había recibido.

Siendo así, dijo que entonces pagaría la cuota el día de su vencimiento, para no alimentar tanta voracidad.

Le dijeron que si ese era su deseo no había ningún problema.
De esa forma, decidió usar ese dinero durante ese período antes que entregarlo al banco sin necesidad. Al menos, esa era su creencia.

Cuando acudió al mes siguiente con el propósito de saldar la operación, su asombro fue gigante cuando le notificaron el balance pendiente.

Miles de pesos por encima de la suma prestada.
Preguntó las razones, convencido de que se trataba de un error.
Ninguno.

Al dejar pasar el período de gracia, debía pagar los intereses de todo un año, cuya exoneración estaba condicionada a saldar antes de un plazo que se lo informaron de forma tan confusa, que su error parecía una derivación no solo natural, sino provocada con malévola intención.

Al salir, volteó la mirada y vio cuando guardaban su sueño frustrado.