En torno a la composición de Altas Cortes y órganos constitucionales, se han tejido diversas propuestas para su conformación. Alrededor de todas, el ingrediente político ocupa un lugar de primacía. La discusión gira, de manera principal, sobre si deben o no tener militancia política los integrantes de tales entidades.
Algunos opinan que deben ser personas sin ninguna incidencia del elemento político. Otros, que sea resultado del consenso entre las estructuras políticas con mayor influencia en el escenario de que se trate, donde todas estén representadas. No faltan quienes prefieran un sistema mixto, combinando lo político con lo privado.
Sobre el particular hay afirmaciones no necesariamente ciertas. Otras, no constituyen expresiones sinceras. Es preciso decir que todos los seres humanos están, de una u otra forma, influidos por esa ciencia apasionante y compleja a la vez, que es la política.
No pueden confundirse manifestaciones políticas reflejadas en todo individuo, con militancia partidaria. Son cosas distintas. Es un error descalificar a alguien para integrar un órgano constitucional por razones políticas. Podría ser la manera a la que se recurra para cometer injusticias.
Una cosa es objetar aspirantes por militancia partidaria, y otra hacerlo por atribuirles convicciones políticas. Voy más lejos, ni siquiera diría, de forma categórica, que el solo hecho de haber tenido, o incluso tener, afiliación partidaria, constituya una mancha indeleble que justifique descartar que alguien con dichas características pueda realizar un desempeño digno de sus funciones.
Lo anterior, nos conduce a referirnos a otro elemento de la cuestión que, para mí, es medular y de mayor trascendencia, al momento de debatir este asunto.
Siempre he rechazado generalizar. Nunca he compartido la tesis de introducir a todas las personas en específicas categorías a partir de elementos comunes que las puedan caracterizar. No comparto afirmaciones definitivas e irreversibles, que igualan a toda la gente que comparte vínculos.
Rechazo expresiones como “ningún político sirve”, “todos los políticos son iguales”, “ningún político puede ser designado en un organismo constitucional”. Para mí, son tremendismos que evidencian no solo alta dosis de fanatismo, sino peor, desconocimiento de la naturaleza de los seres humanos, tan caracterizada por la diversidad; las diferencias en motivaciones existenciales; y los compromisos irrenunciables con principios y valores que se puedan asumir.
Jamás me atrevería a decir que no puede haber un político que termine siendo un buen juez; como tampoco, que todo supuesto apolítico, constituya garantía de que será un magistrado honorable.