Si por algo se le conocía, era por su extraordinaria capacidad para conversar. Parecía como si le resultara casi imposible permanecer callado.
Su gran cultura y su prodigiosa memoria contribuían no solo a facilitarle las cosas, sino a hacer que sus posiciones, en larguísimas tertulias, fueran muy interesantes.
Sin importar la extensión de las familias de aquellos con quienes se reuniere, preguntaba con lujo de detalles por todos ellos y, al margen del tiempo sin saber de los mismos, mostraba total actualización sobre el curso de sus vidas.
Era el primero que estaba consciente de su extremada locuacidad y, en todas las ocasiones se excusaba por sus dilatadas peroratas, pero el receso no superaba unos escasos minutos y a seguidas continuaba con el monopolio de los escenarios.
Comía de forma muy frugal, por lo que ni en las mesas compartidas disminuía su característica esencial.
Mientras todos degustaban el menú, él apenas probaba mínimos bocados, como si quisiera que nada hiciera perderle la oportunidad de ejercitar su pasión fundamental.
Lo decía sin ningún rubor: Solo disfrutaba los viajes a países de habla hispana.
Dominaba únicamente el español, por lo que, en aquellas naciones de idiomas distintos, se entristecía por el mutis forzado que debía hacer al no comprender nada de lo que escuchaba. Pese a que los hijos que le acompañaban le servían de traductores, eso no satisfacía su imperiosa necesidad de dialogar por sí mismo y el mal humor le dominaba.
Los años fueron mellando su físico, pero el calendario no hacía mermar su potencial discursivo. Al contrario, se le notaba la íntima complacencia que sentía cuando en muchas ocasiones citaba algo sin titubear, como autores de libros; fechas de acontecimientos por intrascendentes que pudieran ser, o poesías aprendidas cuando apenas era adolescente.
Sabía que ahí radicaba su fuerte, máxime en un país de tan bajo nivel cultural, donde las conversaciones se desarrollan con un puñadito de términos coloquiales. Por eso, recurría a su activo principal, como forma, quizás sin proponérselo, de mostrar lo mucho que se había cultivado sin importar las precarias condiciones que marcaron el origen de su existencia.
Al traspasar su novena década, las cosas cambiaron dramáticamente. Su círculo empezó a preocuparse al constatar que sus intervenciones eran menos asiduas. Cuando el silencio se hizo casi permanente, una profunda depresión se apoderó de él. Las pocas palabras que resultaban audibles reflejaban su ira por no poder comunicarse.