En casi una treintena de años de residir en Nueva York, a la distancia, oteamos que todavía Leonel Fernández es un hombre tozudo y narcisista. Pero, ¡vaya sorpresa!, no esperábamos tener de frente a otro Donald Trump.

Tienen ciertas similitudes. Mientras Fernández apeló a un mal manejo del algoritmo al perder las pasadas primarias presidenciales frente a Gonzalo Castillo, Trump, de este lado, alega que se le hizo fraude en las elecciones presidenciales y congresuales estadounidenses y, sobre todo, se lo atribuyó a la modalidad del voto por correo.

Pero podría haber una capital diferencia. Mientras Leonel Fernández, apoyado por el partido gobernante, el Revolucionario Moderno (PRM), junto a sus más cercanos colaboradores ha salido airoso en torno a los actos de corrupción cometidos en sus gobiernos; no sabemos si Trump correría la misma suerte.

En República Dominicana, tierra de transfuguismos, Leonel, en una alianza en la que parecería conformar un cogobierno junto a Luis Abinader, ha logrado burlarse de la justicia y el pueblo dominicano. Al parecer la corrupción se detuvo en sus gobiernos, pero se empotró por nueva vez en los mandatos de su sucesor, Danilo Medina.

Contrario a Trump, que siempre ha tenido problemas con los medios de comunicación, a Leonel con el apoyo de una justicia a su favor que ordena cruciales dictámenes; el consentimiento mediático y, de un importante sector periodístico, le ha ido de maravillas.

Con todo esto podríamos afirmar que, algunos engreídos políticos obsesos compulsivos con el poder cuando se sienten al margen de él, coinciden en una agenda de gente desaprensiva y violenta; se alteran, y no admiten su derrota.

En otras palabras, queremos decir que a la distancia, el tiempo y la diferencia de estos dos certámenes electorales, Leonel Fernández y Donald Trump, asumen actitudes similares; en su oportunidad, el primero se afincó en intimidar con militares y hasta habló de revolución, y el segundo trató o trata de azuzar a las masas estadounidenses a que incurran en revueltas callejeras.

Por: Fernando A. De León

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