República Dominicana ocupaba un sitial de primacía en su lista de países que soñaba visitar. Amante como era de la naturaleza y, de manera particular de las playas, esta media isla caribeña reunía todas las características que procuraba en los destinos de su interés.
Como si las piezas del ajedrez de su vida se alinearan impulsadas por una fuerza desconocida, en el desarrollo de una misión laboral conoció a una dominicana con la cual, desde el inicio, se desarrolló una relación de amistad que se prolongaría en el tiempo.
Sabía que, más tarde o más temprano, esa circunstancia serviría de catalizadora para cristalizar su anhelo de conocer el país.
Así sucedió. Su amiga, ya casada, lo invitó con su esposo a que viniera a pasar unos días con ellos. No lo pensó dos veces. Menos de un mes después se produjo el viaje.
Apenas llegando, en el trabajo del marido relizarían una jornada de limpieza de una playa cercana a Santo Domingo. A ambos se les ocurrió la pésima idea de invitarlo a ser parte de la actividad. En verdad, no tenían una idea acabada de lo que encontrarían. Ese desconocimiento, fue el motivo de su error.
El visitante aceptó complacido la invitación. El día señalado, tomaron todas las medidas pertinentes como ropa adecuada; protector solar e hidratación.
Al llegar, la orilla no se visualizaba porque quedaba en una pendiente que la ocultaba. Al estacionarse, pensaron que el lugar estuvo mal seleccionado porque se veía limpio.
Al desmontarse y acercarse al mar, el horror los atrapó. Aquello era una montaña de basura que impedía caminar sobre la arena.
Cientos de plásticos; botellas de distintos tipos de bebidas; cadáveres de animales; sobras de comida y piezas que alguna vez fueron vestimentas.
Los anfitriones no sabían dónde esconder su vergüenza, ni su invitado su pavor.
No podía entender el contraste entre la belleza de la playa con el descuido del entorno.
Superado el impacto inicial, iniciaron los trabajos estimulados por la actitud de los participantes. Todo muy organizado. Depósitos diferenciados por tipo de desechos; rastrillos; palas para recoger y balanzas para pesar.
De una meta de 2,500 libras, todos celebraron haber multiplicado por tres la cifra. Eran asombrosas las fotos del antes y del después.
No obstante, estaban conscientes de que habían intervenido las consecuencias, no las causas de un problema que, al día siguiente, iniciaría el círculo vicioso de su repetición.