El presidente Donald Trump anunció ayer la imposición de aranceles del 25% a México y Canadá y 10 % a China, además de advertir que planea gravar importaciones de la Unión Europea (UE) y a productos como petróleo, cobre y acero, en el inicio de una guerra comercial de grandes proporciones.
Trump admitió que sus controversiales medidas acarrearán “disrupciones a corto plazo” en los mercados, pero dijo que los ciudadanos estadounidenses sabrán entenderlo, porque los aranceles ayudarán a disminuir su déficit comercial “y van a hacernos muy ricos y muy fuertes”.
Las naciones que junto a China forman el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, Sudáfrica, Irán, Egipto, Arabia Saudita, Etiopia y Emiratos Árabes) también fueron advertidas por Trump de que le aplicaría nuevo arancel si persisten en la idea de procurar una moneda propia para el intercambio comercial.
El inquilino de la Casa Blanca anunció que expulsará a Nicaragua del Tratado de Libre Comercio con Centroamérica y República Dominicana, porque no le interesa tener negocios con el gobierno de Daniel Ortega, aunque aún no se ha referido al tipo de tratamiento arancelario que recibiría Venezuela.
La justificación para aplicar aranceles especiales a China, México y Canadá no son de carácter económico ni comercial, sino porque, según Trump, el primero contribuye al flujo de fentanilo en territorio de Estados Unidos y los otros no toman medidas suficientes para controlar cruces irregulares en la frontera.
Se da por descontado que las naciones afectadas con el encarecimiento de sus exportaciones hacia el mercado más grande del mundo aplicarían el principio de reciprocidad, lo que formalmente desataría una guerra comercial a nivel global, si es que el presidente Trump incluye a Europa y al BRICS en el paquete.
El uso por Estados Unidos del arancel como arma para recomponer la correlación de fuerza en el comercio internacional acarrearía graves daños a la economía mundial, pero también una recomposición a corto y mediano plazo de los nichos de mercados.