Insisto en la cotidianidad parroquial. Factor fundamental para hacer de la comunidad un mejor lugar. Con ventajas que penetran el tejido social y cultural en su conjunto.
Palpita en la vida diaria, en lo que nos proponemos y procuramos. Sirve a las relaciones personales y las costumbres que se entrelazan en los componentes de una comunidad. Hilo invisible para unir a vecinos, amigos y familias en un entramado de tradiciones, valores y costumbres compartidas. Historias contadas en las calles, plazas, reuniones, en torno a la mesa. Es el espíritu vibrante presente en la alegría y en las dificultades.
Sustancia de la comunidad, sus raíces y su identidad. Es donde convergen las historias individuales para crear un tapiz colectivo. Lugar donde las voces se escuchan y las experiencias se comparten, donde se aplauden los logros y se lloran las penas.
Fuente inagotable de inspiración para el poeta, es un mundo poblado de personajes, conflictos y emociones que pueden dar vida a historias fascinantes y reveladoras.
Desde las pequeñas tragedias hasta los grandes triunfos, invita a explorar la complejidad de la condición humana y a descubrir la belleza y la profundidad que se esconde en lo aparentemente ordinario.
Es salir de casa, cruzar la calle, detenerse a saludar al vecino, a buhoneros, obreros que van y vienen, a la señora que llega para limpiar la casa o hacernos el desayuno, la comida y la cena. Hay ello una fórmula infalible de bienestar, -hasta de felicidad-, que ya quisiéramos hallar en utópicas aspiraciones y sueños.
Esa misma cotidianidad nos facilita el trabajo en casa o a pocos pasos, urgencias diarias y entretenimientos al doblar de la esquina. Dinámica y beneficios a nuestro alcance en tanto reconozcamos y procuremos vivir de este modo. Podemos lograrlo en grandes, medianas y pequeñas ciudades.