Todo dominicano que sienta intensamente el hermoso propósito de salvar su patria y para ello llevar el contagio de su entusiasmo principalmente a la juventud, debe corresponder ante un llamado que se le haga con esa fuerte expresión que devela arrojo y valor. Particularmente no tengo duda de que las grandes gestas nacionales, los momentos más heroicos, se han iniciado con un fuerte y alto “san Antonio”, dicho con determinación, como una suerte de trabucazo.
Por ello tengo la convicción que Enriquillo, Sebastián Lemba, Mella, Santiago Rodríguez, Luperón, Cáceres y Horacio, Máximo Cabral, los héroes de junio y del 30 de mayo, Caamaño y Montes Arache, entre otros, al lanzar sus empresas patrióticas lo hicieron con esa insumisa declaración que estremecieron los cimientos de la sociedad. Entonces, en las circunstancias actuales se impone que una voz fuerte que surja de las entrañas del pueblo lo haga.
Y lo juzgo pertinente porque el país viene soportando sufridamente una indeseable y peligrosa ocupación haitiana, repulsiva y ominosa, por falta de autoridad que parece no entender que ya este problema no medra solo en el espíritu de unos pocos, sino en masas de dominicanos en que ha ido acentuándose el disgusto. Y que conste, no es un simple lamento sobre una pérdida de identidad, sino cuando apreciamos la indiferencia en los que tienen el deber de sopesar lo que sugerimos.
Por tanto, ante la serie de trabajos anti patrióticos que se realizan desde el Gobierno, y la total falta de compenetración con la solución de este grave problema, que tiene perfiles demasiado claros en intención de haitianizar la vida dominicana, parece conveniente hacer las advertencias.
Que quede claro, que aunque seamos consciente de la pluralidad de orígenes del pueblo nuestro, pero con Haití nos obliga reivindicar a todos aquellos patriotas que nos consolidaron los valores que hoy exhibimos. Irreductiblemente somos diferentes y debemos evitar todo lo que pone en choque lo étnico, lo moral, lo político, y lo económico en estos dos pueblos.