El 28 de junio de 1914, Gavrilo Princip, un nacionalista serbobosnio, asesinó al archiduque Francisco Fernando y a su esposa Sophia, en Sarajevo. Este acto desencadenó una rápida crisis diplomática que, a su vez, activó las alianzas militares preexistentes.
Un mes después, el emperador austro-húngaro, apoyado por Alemania, culpó a Serbia por el atentado. Serbia era aliada de Rusia, que a su vez era aliada de Francia. Pocos días después, Alemania declaraba la guerra a Francia e invadía Bélgica, lo que provocó la reacción inglesa y su entrada en el conflicto. Comenzaba así la I Guerra Mundial.
En tanto, la II Guerra Mundial fue provocada por una combinación de factores, siendo el detonante inmediato la invasión de Alemania a Polonia el 1 de septiembre de 1939, lo que llevó a Reino Unido y Francia a declararle la guerra.
Las causas subyacentes incluyeron la insatisfacción alemana por el Tratado de Versalles, el ascenso de regímenes totalitarios y expansionistas como el nazismo y el fascismo, y la gran depresión económica, que exacerbó el nacionalismo y la inestabilidad en el mundo.
El genocidio que comete Israel contra mujeres y niños en la Franja de Gaza, la invasión de Rusia a Ucrania y la amenaza de Polonia de que podría intervenir en el conflicto sin la OTAN lo respalda, indica que el mundo se encamina a un posible conflicto universal. Ojalá que no.
En un mundo polarizado y crecientemente tenso en los últimos años, la pesadilla de una Tercera Guerra Mundial vuelve a ocupar un lugar destacado entre las preocupaciones de la población. No en vano es uno de los asuntos más tecleados en el buscador de Google.
En Europa abundan los expertos que alertan sobre un ominoso futuro inminente, con guerras que involucrarán a China, Rusia, Corea del Norte e Irán. Según esta teoría, estaríamos pasando de un mundo de posguerra a un mundo de preguerra.
Dada la magnitud de la violencia en varias zonas de conflicto podría argumentarse que una III Guerra Mundial, está a falta de una chispa que involucre las potencias occidentales.