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Yelidá: ahora que vuelves

Yelidá: ahora que vuelves

Ahora que la Sociedad Dominicana de Bibliófilos publica dos valiosos tomos contentivos de las creaciones del poeta Tomás Hernández Franco, (Tamboril, Santiago, 29 de abril de 1904, Santo Domingo 1 de septiembre de 1952), dispondré nueva versión de Yelidá, su inspiración más trascendente y conocida.

Conservo en el privilegio sitial mesita de noche Yelidá, impreso en cartoncillo por Editora Taller, 1975, dispuesta por el talentoso ido a destiempo Frank Marino Hernández Tolentino, sociólogo brillante, consultor económico, curador de artes plásticas, genio no ponderado por su sociedad, afecto del suscrito desde la mocedad compartida en el otrora caudaloso río Yaque del Norte.

¡Ay, querido Rocky, si dispusiéramos la espléndida facultad infinita de retroceder el tiempo!
Rocky era como nos llamábamos Frank Marino y yo, en alusión al marciano en boga entonces, monarca del cuadrilátero Rocky Marciano, que subió al ring 48 veces, propinando 45 knockouts y tres decisiones, ¡sin saber pelear, soportando castigos bestiales, pero siempre de pie, bruscamente clausurando el show con una sola trompada!

Yelidá secuestró mis emociones desde su primera estrofa, cuando empezó a vibrar mis más hondos sentires, describiendo la singladura inmortal de Erik, desde la tierra de las auroras boreales, hasta el tórrido Caribe.
“Erik, el muchacho noruego que tenía
Alma de fiord y corazón de niebla

Apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes

La boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes”.
Tomás Hernández Franco, aeda de singular talento creativo, sin sospecharlo, de dos tirones escribió, aupado por los demiurgos insomnes que catapultan las inspiraciones sublimes, uno de los cuatro poemas líricos y Dioses Mayores del Parnaso Dominicano, que componen El Poema de la Hija Reintegrada de Domingo

Moreno Jiménes, Vlía de Freddy Gatón Arce, y Compadre Mon de Manuel del Cabral (Cunito).
Tomasito, como le llamaban sus amigos, el día en que escribió Yelidá, comenzó una tarde a redactarla, pero tenía un compromiso diplomático conforme a su investidura ese momento, y hubo de acudir a un acto protocolar, dejando en la maquinilla el inconcluso poema, que completó al regresar, y las teclas sonaban en el rolo como una ametralladora checa de ocho bocas, impulsada por el pivote de la inspiración, hasta culminar, conforme relató su esposa Amparo Tolentino al escritor santiaguense Domingo Caba Ramos (La Información 30 de agosto del 19).

El genial aeda oriundo de Tamboril, entonces apenas un reducido pobladito, distante breve trayecto de Santiago de los Caballeros, identifica y recrea en su poema inmortal, la fusión de la raza negra africana con la rubia nórdica noruega, describiendo en la mezcla de dos razas, el protagonismo del mulataje, que tiene su acta de nacimiento en el Caribe y Brasil, extrapolado a Estados Unidos dos siglos después.

En el diapasón de su febril creación lírica, mejor epopeya que fusiona dos razas, Tomás Hernández Franco describe a Erik, rubio de 22 años, ojos de cielo y mar, y Sukí, la exuberante africana descendiente de esclavos, que cautivó al imberbe joven trenzando una inédita pasión caribeña, entregado a sus brazos de azabache, al compás de la tambora, el tufonís pero del tafiá, infaltable presencia de luases y metresas y otras deidades paganas, que conforman el universo animista de la negritud.

Tendero de arenques en Fort Liberté, Haití, Erik trabajaba para ganar el sustento, versión de su lejana nórdica Noruega, mientras Sukí imploraba a Papá Legbá y Ogún Badagrí preservar su amor rubio:
“La boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes”.

En el delirio de la malaria: “Erik amó a Suquiete entre accesos de fiebre
Escalofríos y palideces y tomaba quinina en grandes tragos de tafiá
Para sacarse de la carne a la muchacha negra
Para ahuyentarla de su cabeza rubia
Para que de los brazos y el cuerpo le fuera
Aquel pálido y agrio olor de bronce vivo y de jungla borracha
Para pensar en su playa noruega con las barcas volteadas
Como ballenas muertas”.

Delirio pasional de dos razas con el marco telúrico desconocido por Erik, de tafiá y olor de bronce vivo, como huele la humana carne africana, sin perder la brújula del ancestro:
“Para pensar en su playa noruega con las barcas volteadas
Como ballenas muertas”.

Tomás Hernández Franco, conforme el notable periodista que fue, no solo descifra y decodifica la simbiosis de la negritud con: “La boreal estirpe de la sangre que cantaba caminos en las sienes”, sino identifica nueve divinidades, 18 anatomías humanas, 48 definiciones marinas, 29 ecosistemas, diez fauna, seis instrumentos musicales, una sola arma, puñal, omitiendo machete, revólver y fusil, un solo transporte, trineo, dos bebidas, ron y tafiá, faltando clerén y triculí, componentes de la cultura etílica haitiana.

La inmortalidad de Yelidá no solo consiste en el magistral encuentro y unión descrita de dos razas que hasta ese poema fue coto privado de historiadores, antropólogos, periodistas, cientistas y novelistas, sino que la singular versión de su encendido romance, late constante en la memoria, repercutiendo en las sienes como el tamtam de la tambora, de dos razas, Erik y Sukí.
Ese es su mérito lírico eterno.

Dedicatoria
Dedicado a la profesora Elsa Brito de Domínguez
por su denodado empeño en rescatar la memoria de Tomás Hernández Franco.

El Nacional

La Voz de Todos