Heredó la vocación agrícola de su padre libanés. Al igual que el progenitor, lo de él no era la escuela, donde a duras penas y, sobre todo, por la permanente solidaridad con los profesores, pudo el hijo hacer los seis o siete cursos que alcanzó. Pero compensaba con esa habilidad natural que le caracterizaba para las duras faenas del campo, escenario que terminó siendo destino definitivo de sus esmerados esfuerzos.
Ante su precoz matrimonio, se instaló con su joven, bella e inteligente esposa en la casita campestre situada en el fundo de la hacienda familiar. Allí nacieron tres de sus seis hijos, con la asistencia primitiva de una tía por el lado de la parturienta, que era una persona particularmente agradable y hospitalaria. Así lo estuvieron reafirmando durante años cuando toda la familia la visitaba en su preciosa finquita en cuya colina se erigía la vivienda que a los ojos infantiles les parecía un palacete.
El cuarto de la prole vio la luz en el pueblito, pero también desprovisto del auxilio de la ciencia de la que solo disfrutaron los últimos dos. Ya eran ocho consumidores cuyas necesidades de todo tipo debían ser suplidas por los frutos que el albur y las precarias técnicas de la época permitieran producir a un pedazo relativamente pequeño de terreno.
Sólo el trabajo y la integridad pueden sustentar el desarrollo
Mientras los descendientes crecían, no podían comprender los estados anímicos notoriamente cambiantes del padre. Con el paso del tiempo fueron desarrollando la capacidad de relacionar el mal humor con los percances de las cosechas en las que tantas esperanzas estaban cifradas y que eran las llamadas a proporcionar los recursos para sufragar los préstamos que las harían posible. En ocasiones era el tornado que tiraba al suelo el platanal con sus hermosos racimos. En otras, el ciclón que generaba iguales destrozos o los gusanos que hacían añicos la preciosa plantación de yuca.
Tiempo después, desaparecido el viejo y quedando a cargo de la herencia sucesores no dependientes de la suerte de los sembradíos, fue que tuvieron cabal comprensión de la heroicidad de una pareja que, expuesta a las zozobras constantes de una actividad dominada por los caprichos impredecibles e indomables de la naturaleza y con el único ingreso adicional de los pequeños emprendimientos de una esposa en extremo organizada, pudo formar seis profesionales y, lo más importante, dotarlos de la conciencia suficiente de que solo el trabajo y la integridad pueden sustentar el desarrollo.