Opinión

AL DÍA

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En su finquita de Güera, a la entrada de Baní, el ingeniero agrónomo Washington Lithgow dedica 80 tareas al cultivo de un ají, Habanero-jamaiquino, “cien veces más picante que el Caribe criollo”.

 Su destino es la exportación y producirán con riego por goteo entre 40 y 45 quintales por tarea, con dos meses y medio de siembra, cosecha y recolección.

 Con cerca de un millón de pesos de inversión a esta altura, los ajíes están ya casi para cultivo.

 A varios metros de la siembra está el germinadero, obra también del ingeniero agrónomo, desde donde se surtió la plantación y se surtirán las venideras.

 Es un proyecto personal hijo, como tantos otros, de la insistencia de un agricultor en la esperanza de que la tierra produzca para el sustento y, también, para el equilibrio de la balanza comercial.

 El ají es un producto frágil y perecedero y la cosecha y empaque tienen que ser cuidadosos. Como lo han sido la siembra y cosecha.

 A cada momento de cualquier día Washington, graduado hace muchos años en Chile, va a vigilar el cultivo y a renovar instrucciones y recomendaciones al grupo de campesinos que emplea en la tarea.

 Como todo en la agricultura, las condiciones del tiempo determinan el éxito del cultivo. La esperanza se nutre de que Baní es tierra de sequía pero el riego por goteo aumenta al racionalizar la distribución del agua que pueda haber.

 Como todo agricultor –venga de la empírica tradicional o del aula universitaria-, Wahington no es optimista ni pesimista. “Si el tiempo quiere”, parecen concluir su pensamiento y conversación acerca del cultivo.

 En la finquita, por allí y por aquí y para manutención de la gente que trabaja con él, mangos y otros frutales, unas cuantas gallinas de calidad y pollitos que a lo mejor resulten para las trabas de galleros.

 Pero eso es lo colateral.

 Lo principal son los ajíes, que como una sábana verde y roja se tienden sobre las ochenta tareas del cultivo.

 La exportación, más al Méjico que produce el famoso “chile”, también otras tantas veces menos picante que el Habanero-jamaiquino del cultivo en la finquita de Güera.

 Y Washington, ni optimista ni pesimista pero sí constante en la firmeza con la que deposita su confianza en su manejo del proceso de la siembra y cultivo de la tierra, que de pasada instruye a sus empleados en una técnica nueva.

El Nacional

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