Semana

Al fin y al cabo, me van hacer caso omiso

Al fin y al cabo, me van  hacer caso omiso

Es bueno recomendar reflexionar antes de que sucedan los acontecimientos, pero en este caso insisto después de, del palo dado, por si les sobrevivimos al percance sufrido y no nos ha arrancado ninguna parte del cuerpo que nos vaya a hacer falta, como la cabeza.

Son tantas las cosas que hay que sentarse a saldarles cuentas para hacer el presente inmediato mejor, que viene siendo como una patana a alta velocidad en nuestra cabeza, con un chofer con tres días que no descansa como su trabajo demanda, cantando, dormitando: “Voy pá allá.”

Reflexionar. Hermosa palabra. Cargada con todo lo que nuestra experiencia de vida, de sabiduría que nuestro terruño demanda. Tanto así que ese término al pronunciarlo lentamente tiende a ser como un freno en la boca, demandando una pausa de abismo al deletrearlo. Antes de, no después de.

Recomiendo reflexionar después de porque de por sí todos nos llevamos las manos a la cabeza después del hecho, y no es que no ignoremos las consecuencias, sino que nos resulta, por costumbre de pensamiento, que pensar antes de cómo que les quitamos al hecho la “vida”, el “gusto.”

Reflexionemos con esta Semana Santa recién, que si la comparamos con las de años atrás, aquellas dejaban cementerios particulares y hospitalizados a granel en cualquier orden.

Pero si nos volvemos más sensatos en lo recién recomendado, veremos que también están los periodos navideños, los fines de semanas con puente, las convenciones de los partidos políticos y las elecciones cada cuatro años, ¿cómo que hay mucha leña que cortar y no caben en el fuego, sin que nos quememos? Cualquiera diría que la palabra mesura, no existe ni en nuestro vocabulario ni en nuestras oraciones.

Pero a lo que quiero llamar la atención, que no es mala la idea de pensar después de, puesto que nos da tanto trabajo hacerlo antes de, pues la euforia del calentamiento de nuestras cabezas ante las perspectiva de lo por hacer hace que nos envolvamos en una nebulosa de placer, que hay que estar muerto o gravemente accidentado para no dejarse arrastrar.

Odiamos pensar antes de, por las perpespectivas y las consecuencias de nuestros actos, sin creer del todo en lo que hacemos y pensamos, ponderando a lo interno, que las tres divinas personas son asalariados nuestros y no nos va a fallar, aunque siempre nos fallan.

Todo salió bien, siempre y cuando el de las consecuencias no sea un allegado, nosotros mismos. Nuestro proselitismo intimista, optimismo legal, siempre anda exculpándose, sin importar la hora.

Estas peroratas son para después de la Semana Mayor, que se constituye en menor de acuerdo a los accidentes consuetudinarios de nuestra sociedad. Somos un pueblo tan abigarrado en no pensar ciertos comportamientos que el que piensa, o llama a “bajarle algo”, lo indilgan como el inadaptado dentro del grupo en que se desenvuelve.

Desplazarse de acuerdo a las circunstancias, en esta sociedad, ser mesurado, es un llamado a la desobediencia civil, que nadie quiere pasar por alto, que hay que vivir aunque sea sin cabeza.

Nos tomamos demasiado en serio el ser isleño, caribeño, del trópico, que la vida es una sola, nuestros orígenes. Y eso está bien, pero con reflexión. Mientras más nos pensamos mejores seremos.

Evitemos consolarnos antes los acontecimientos que ya no tienen remedios y si los tienen que sean curables en tres días.

Que los acontecimientos recurrentes en dejarnos mal parados como sociedad, sean cada vez menos, menos en todo. Con todo y que creo que es mucho pedir, por cómo anda el mundo. El mundo de nuestra imagen y semejanza. Todavía “creo” y “confío” en mi mano derecha e izquierda, puesto que no son rivales ante sus sombras, aunque aparenten serlo. Reitero, no está demás recomendar pensar antes de, pero si no quieren, háganlo después de, pero háganlo.

Tal vez así puedan evitar ante otras Semana Mayor futura, navidades, convenciones de los partidos, elecciones nacionales, fines de semana con puente o sin ellos, sobrevivirles aunque sea con un poco de esperanza, que como ciudadano podemos ser cada día mejor.

Tal vez así “bajamos algo” a la inseguridad de caminar a la medianoche, contemplando la luna de estación, tranquilamente y que no sea un sueño.
El autor es abogado y escritor.

El Nacional

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