La noche del pasado jueves en el Teatro Nacional fue un verdadero acontecimiento musical.
La majestuosidad del arte se hizo presente desde el primer instante, cuando apareció en la sala la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida con maestría por José Antonio Molina, hijo de Papa Molina y de la profesora Josefina Miniño.
La sola presencia de la orquesta en escena fue suficiente para que el público se pusiera de pie en señal de respeto y admiración. El acompañamiento musical de la Orquesta Sinfónica Nacional fue el marco perfecto para el despliegue de talento de la soprano número uno del mundo: la rusa Anna Netrebko. A su lado, el tenor Martín Muehle, invitado especial de la noche, completó una combinación que maravilló a todos los presentes.
Desde el primer compás hasta la última ovación, Netrebko y Muehle fueron aplaudidos sin cesar.
Se escuchaban las notas musicales de la gran orquesta, perfectamente combinadas en tiempo y armonía, elevándose como luciérnagas por los alrededores de las estrellas.
Fue una noche de música para enamorados, donde el amor y las emociones se podían sentir.
Porque la música es, al fin y al cabo, el romance de paz en la agitada y moderna vida actual. Es refugio indispensable de los enamorados y recurso espiritual de las almas soñadoras. Y todos soñamos precisamente la noche del jueves en el Teatro Nacional.
La vibra era eminentemente positiva. Dos intérpretes de excelencia, una orquesta en su punto más alto y un público entregado a la magia de la música. Pero Anna Netrebko es otra fragancia. Regia, exquisita, impecable. Sin una sola nota discordante, su voz envolvió el teatro en un hechizo del que nadie quería despertar.