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Banquete lezamiano

Banquete lezamiano

Escribir es comerse el mundo a dentelladas; esta frase nacida de una inmensa gula literaria, parece que proviene de un obeso escritor como José Lezama Lima y no de un poeta flaco y famélico como Antonin Artaud.

La literatura es comida servida para todos, en donde el texto es un guiso cocido en el horno del escritor en donde arden las palabras como viandas. Levi Strauss hace un paralelo del nacimiento de la novela con la invención del guiso. Afirma Enrique de la Serna que cuando la carne o la verdura se impregnan de la substancia que le mejorara el sabor, el ingenio humano le abre nuevos horizontes al paladar.

En la narrativa ocurre algo parecido cuando la trama reemplaza a los sucesos inconexos de la Aventura. “El friecito de noviembre, cortado por ráfagas norteñas, que hacían sonar las copas de los álamos del prado, justifican la llegada del pavón dorado, suavizada por la mantequilla la aspereza de sus extremidades, pero con una pechuga capaz de ceñir todo el apetiti de la familia y guardarla en una arca de la alianza” [Paradiso, pp 144].

Escribe y describe el insaciable Lezama en su suculenta novela Paradiso.
Gran glotón

-Me gustan los placeres de la mesa, cuando vienen acompañadas de la inteligencia; declara en una entrevista Lezama Lima… Una buena mesa, una buena conversación y un buen mantel renacentista es una de las cosas que más se pueden apetecer en este mundo, remata Lezama.

Toda la novela Paradiso gira y vuelve a sentarse alrededor de una mesa. La comida parecía inspirarle, aseguraba René Portocarrero, era capaz de concebir un apetito voraz con una alta espiritualidad y vuelo poético.

“…Cuando lo vi saborear el pescado, beber su vino como alquimista que observa un precioso licor en su redoma, sentí lo que luego paraíso había de darme plenamente el deslumbramiento de una poesía capaz de abarcar no solo el esplendor del verbo, sino la totalidad de la vida desde la más ínfima brizna a la inmensidad cósmica”; así nos los describe Julio Cortázar, en la vuelta al día en ochenta mundos.

Entonces Lezama, empezó a hablar, con su interminable jadeo asmático, alternando cada cucharada de sopa, que de ningún modo abandonaba, su discurso empezó a crecer como si asistiéramos al nacimiento visible de una planta, el tallo marcando el eje central del que una tras otra se iban lanzando las ramas, las hojas y los frutos, recuerdo que una referencia a la revolución lo llevó a mostrarnos a la manera de un Plutarco tropical, las vidas paralelas de José Martí y Fidel Castro y alzar en una analogía maravillosa y simbólica las imágenes de la palma y la ceiba, esos árboles donde parece resumirse la esencialidad de lo cubano, y también recuerda que en un momento dado el camarero se acercó para retirar los platos, Lezama interrumpió su soliloquio para míralo con una cara de bebé afligido y enojado al mismo tiempo, mientras le decía: Yo he venido aquí para hablar con mis amigos, pero esa no es una razón para que usted se lleve la sopa. Nos termina de alucinar Julio Cortázar.

Para Lezama, la cocina cubana, como la literatura, es mezcla, sancocho y ajiaco, como gustaba denominarla, Fernando Ortiz, mezcla de lo cubano, lo africano, lo chino lo francés y lo caribeño, quedando como resultado de ese encuentro con lo universal, una cocina y una literatura que se vuelve imagen, cantidad hechizada, sazón de ser.

El autor es creativo.

El Nacional

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