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Choferazo

Choferazo

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Después de su partida del pueblo donde nació, regresaba con mucha frecuencia. Era hijo consagrado y daba a sus padres seguimiento sostenido. Además, mantenía una crianza de ganado vacuno en el predio cedido por su tía de la porción heredada de sus parientes adoptivos.

 Viajaba, por esas causas, tres o cuatro veces cada mes en cualquiera de las horas del día, así fuera por las mañanas, tardes, noches o madrugadas.  Conocía los detalles, por  minúsculos que fueran, del trayecto.

De forma tan frecuente  se detenía en varios locales comerciales establecidos en la autopista, que había entablado amistad con muchos propietarios y dependientes, quienes le profesaban distinción por su carácter afable y empático.

Su destreza en la conducción no disminuía sin importar inclemencias del tiempo; lo pesado del  tránsito, o las constantes imprudencias  de choferes sin la más mínima educación vial. Era un deleite, para él o para sus ocasionales acompañantes, hacer el viaje guiados por todo un experto en los aspectos vinculados a una travesía de esa naturaleza.

Soñaba plácidamente cuando lo interrumpió el reiterado sonido del teléfono pasada la medianoche. La señora que acompañaba su anciana madre le comunicaba que ésta había sufrido una caída y estaba inconsciente sobre el profuso charco de sangre que manaba de su cabeza.

Como pudo, recogió lo que primero encontró en su habitación y se dispuso a salir. La autopista, que tan familiar le resultaba, quedaba cerca y, en menos de media hora, se dirigía hacia la provincia que, en esas circunstancias y con su habilidad, podría llegar en aproximadamente noventa minutos.

 Cuando había transitado apenas unos veinticinco kilómetros, de manera impetuosa una somnolencia empezó a resultarle más fuerte que su resistencia. Apostó a su dilatada experiencia y confió que podía superar aquel acontecimiento que jamás le había ocurrido.

A tientas, logró sacar de la guantera la botella de agua que había quedado de su más reciente viaje. Arriesgándolo todo pudo abrirla y vertió sobre su cara la cantidad que contenía. Se sintió revivir y continuó la marcha.

 El efecto duró poco. De nuevo se tornaba difícil mantener abierto unos párpados que pesaban como plomo. Sentía que la realidad se le escapaba y lo sumergía en un letargo donde perdía toda noción de tiempo y espacio.

Su corazón salía por la boca cuando despertó en la lejana ciudad donde debía doblar para tomar la carretera que le llevaría al lecho de su progenitora.