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Cine y sociedad

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My Week with Marilyn es una película menor que increíblemente, cincuenta años después de la muerte del más grande ícono sexual del siglo XX, pone en evidencia que esta todavía encandila, despierta interés, y de alguna forma ella, o más bien la industria del entretenimiento, se las ingenia cada cierto tiempo para conquistar nuevos adeptos.

Marilyn Monroe murió en 1962 de una sobredosis, y no fue sino hasta los años 90 cuando Colin Clark dio cuenta en sus memorias de una efímero y cándido ‘affair’ que supuestamente tuvo con la legendaria actriz, durante la filmación en Londres de la película “El Príncipe y la Corista”.

Clark, quien a la sazón era una joven aspirante a productor de cine, y desempeñaba el rol de ‘tercer asistente del director’ de “El Príncipe y la Corista”, se aferró a la fidelidad de su historia como el náufrago se aferra a su tabla de salvación.

Y por lo que uno conoce de Marilyn, a través de libros o de los medios de comunicación –lo cual nos ha llevado siempre a colocar su figura mucho más cerca de un enigmático y fascinante personaje que de una persona real– la descripción que de ella se ofrece aquí se ajusta bastante al perfil previamente elaborado.

My Week with Marilyn es narrada desde el punto de vista de Clark (Eddie Redmayne), pero naturalmente la figura central es Marilyn. De hecho, en cierta forma esta es una película de un solo personaje, y por consiguiente, de una sola actuación.

Michelle Williams da vida a la rubia actriz, y su caracterización a veces de niña tonta, de mujer vulnerable o de insufrible actriz es lo que permite que el film discurra con cierta fluidez.

Las demás interpretaciones, incluyendo a un Kenneth Branagh como Sir Laurence Olivier –su personaje es más bien acartonado y carente de profundidad– no tienen relevancia alguna. En el caso de Redmayne, este sólo hace sonreír y poner cara de niño bueno e inocente.

A lo que asistimos  aquí es al replanteamiento de los detalles y pormenores del encuentro entre Marilyn Monroe y el joven Clark –que no son todo lo íntimo que muchos quisieran – y al enfrentamiento de egos y caracteres entre Monroe y Olivier. Lo demás queda a la imaginación de cada quien.

El film es agradable,  risueño y por supuesto, nos hace esbozar un dejo de nostalgia. Y aunque si figura desentona un tanto con la imagen esbelta y bien moldeada de la Monroe, la actriz Williams es quien mantiene el film a flote con sus bien montadas crisis y veleidades.

El Nacional

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