Por: Pedro P. Yermenos Forastieri
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Estábamos hospedados en la Séptima Avenida esquina Calle 34, en un vetusto hotel que compensaba su precario mantenimiento con una excelente ubicación, lo cual nos permitía estar, en poco tiempo, en importantes lugares de esa impresionante Ciudad, que es Nueva York.
Parecería un contrasentido desplazarse a pies dentro de aquella multitud rodante que se moviliza con espíritu frenético, como si la vida estuviese exhalando sus últimas bocanadas y fuera a expirar al cabo de unos segundos. Es todo lo contrario. Caminar por sus alucinantes avenidas es todo un deleite y, sin percatarte, transitas largas distancias.
Nosotros lo hicimos de la 34 a la 81, justo hasta la mitad del lado oeste del Parque Central y así poder ingresar al magnífico Museo de Historia Natural. Casi 50 calles de pura contemplación de una de las urbes más interesantes que existen y que bien puede ser, al mismo tiempo, laboratorio perfecto para sociólogos, politólogos, economistas, arquitectos, artistas, bohemios y científicos.
De tanto disfrutar de múltiples ofertas que compiten en capacidad seductora, llegó la hora de entrar al teatro reservado y no alcanzaba el tiempo para regresar al hotel. En la ropa cómoda e informal que teníamos, entramos y nada ocurrió. La vestimenta estaba lejos de ser preocupación para el público. La calidad del espectáculo y de sus intérpretes, era lo único que importaba.
Apenas a metros del apartamento que habitamos se desarrolla la Feria Internacional del Libro de República Dominicana. Descabellado intentar transitar en automóvil tan escasa distancia. Ahí empezó nuestro martirio. Aceras rotas y llenas de hoyos. Calles oscuras, motores a altísima velocidad cargados de personas desprovistas de toda prevención, semáforos irrespetados, pasos peatonales ocupados por vehículos. Un sufrir.
La cita era en la Sala Principal del Teatro Nacional. En el trayecto, por una de las vías del recinto ferial no se podía caminar. Lo impedía la montaña de basura esparcida. En otra, el camión de limpieza expedía un monóxido que hacía imposible respirar. Al fin en el pórtico del escenario mayor de la nación.
La función estaba pautada para las 7:30. A las 7:45 abrieron la puerta para que entráramos quienes teníamos más de media hora haciendo una ordenada fila. Delante de nosotros, una joven fue impedida de acceder por estar vestida con pantalones cortos. No podíamos dejar de pensar en ella al contemplar asientos vacíos, desperdiciados durante una presentación de la que no pudo disfrutar por tan ridículo motivo.

