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Convivencia con dirigente política

Convivencia  con dirigente política

Cuando Yvelisse Prats Ramírez y yo habíamos fijado fecha para casarnos, un amigo me advirtió que el hombre que se casa con mujer de vida pública vivirá largas horas de soledad. En los cuarenta y cinco años que llevamos de un matrimonio que califico de belicosamente estable, las escasas ocasiones en que he protestado por las ausencias de mi esposa, su respuesta ha sido casi siempre la misma.

-Cuando te casaste conmigo, sabías que no lo hacías con un ama de casa tradicional, ni con una empleada con horario de ocho horas.
Durante los primeros años del matrimonio las labores de Yvelisse se limitaban a su condición de profesora y decano de la Facultad de Humanidades de la universidad estatal, y de simple militante del Partido Revolucionario Dominicano.

Pero cuando ascendió en la organización política a posiciones dirigenciales, redujo el tiempo que dedicaba a su familia, compuesta por cinco hijos de un matrimonio anterior, un infante nuestro, y su resignado cónyuge..

Mi oficio de periodista, me convirtió simultáneamente en entrevistador, redactor y mensajero de la incansable maestra y dirigente política.
Como era de esperar enfrenté, en ocasiones personalmente, y en otras a través de escritos en los medios de comunicación, las críticas negativas que les hacían sus adversarios políticos.

Realizaba esta enojosa tarea, aun conociendo que no era necesaria, porque sabía que Yvelisse tenía suficientes capacidad intelectual y valentía para hacerlo.

Sus hijos se casaron abandonando el hogar, mientras el nuestro avanzaba en sus estudios; al terminar el bachillerato ingresó a la universidad para cursar la carrera de economía.

Cuando se acercaban las elecciones generales del 16 de mayo del año 1978, las reuniones del Comité Ejecutivo del PRD se hicieron más frecuentes, y la mayoría terminaban en horas de la madrugada.

Y cuando fueron interrumpidos los comicios por fuerzas militares y policiales, vivimos días de tensión, hasta que fue reconocido el triunfo del partido blanco y su candidato presidencial Antonio Guzmán.
Mi esposa fue elegida diputada, y nombrada vocera de la bancada de su organización.

Posteriormente asumió la presidencia del partido del jacho prendido, y la dirección de su escuela de cuadros.
Apenas veía a mi atareada esposa. Hubo días en que salía a cumplir con sus múltiples obligaciones a las siete de la mañana, y llegaba tras una de las interminables reuniones políticas bordeando la medianoche.
Muchas veces estas ausencias no tenían recesos de almuerzos ni cenas, ni llevaban a la casa timbrazos de llamadas telefónicas como forma simbólica de mi mujer decir presente.

Parientes y amigos con quienes me reunía durante esos años elogiaban mi ostensible aceptación de esta situación, pero algunos del género masculino afirmaban que por nada del mundo se mudarían con una mujer que los condenara a esas ausencias.

Un pariente afirmó estar convencido de que si a Yvelisse la pusieran a elegir entre la política y yo, tardaría escasos minutos en optar por la primera, con lo cual estuve de acuerdo.

Mi actual tendencia monogámica me llevó a desoír a quienes sugerían que aprovechara las ausencias de mi cónyuge para tener aventuras extra conyugales.

Algunos se sorprendieron de esa fidelidad, por mi pasado de soltero aficionado a la vida bohemia, con amaneceres de abundancia alcohólica, y contactos eróticos con féminas.

Apelé a tomar a broma mi jornadas solitarias, como cuando a un amigo que me voceó de carro a carro, detenidos ante un semáforo en rojo, que llevaba varios días tratando de comunicarse con mi consorte, le grité: si logras hablar con ella, dile que estoy loco por verla.

No quiero que este artículo desestimule a ningún congénere que esté enamorado de una mujer de vida pública y renombre, con muchas horas de labores. Mi esposa, con ochenta y cuatro años de edad, todavía anda metida en política, pero ahora trabaja unas cuantas horas menos.

El Nacional

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