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Cuando seseca un Premio Bienal

Cuando seseca un Premio Bienal

José Rafael Sosa

La obra ganadora en la categoría Escultura de la Bienal de Artes Visuales de Santo Domingo 2025, “Lo que se saca de raíz vuelve a crecer”, del artista Karma Davis Pérez (también conocido como David Pérez-Karmadavis), fue concebida como escultura viva: una palma real en un macetero, símbolo mayor de nuestra identidad botánica. Sin embargo, esa palma —que no es símbolo abstracto, sino organismo vivo— se está secando.

Sus hojas, ahora marchitas, revelan un avanzado estado de deshidratación, y confieso que me hiere ver cómo languidece. Porque más allá del discurso cultural e histórico que ha rodeado esta pieza, late algo elemental que solemos olvidar.

No todo se resume al ego de artistas ni afán de lucimiento de jurados y partes interesadas; también hay vida real en juego, esa que se resiste a caber en un acta o en un catálogo.

Palma que ganó la categoría Escultura en la Bienal de Artes Visuales 2025.

Esa palma ha sido víctima colateral de una de las polémicas más encendidas de esta bienal, que casi sepultó la trascendencia de la obra galardonada con el Gran Premio, la impactante pintura Ritual de Sanación, de la joven Lucía Méndez Rivas. Opiniones, réplicas y contrarréplicas, tanto nacionales como internacionales, se disputaron los titulares y las redes. En medio de ese fragor, la palma quedó olvidada, como si su savia pudiera sobrevivir al ruido.

Las bases de la bienal dictan que el veredicto es inamovible e inapelable. Nadie discute eso. Pero en mi humildad me atrevo a clamar por algo mucho más sencillo y urgente: que cuiden esa palma, cuyo nombre científico es Roystonea hispaniolana, especie endémica de La Española y reconocida oficialmente como árbol nacional dominicano. No es cualquier ornamento. Es emblema.

Los jurados escribieron en su dictamen que la escultura no era material perecedero. La biología, que es la ciencia de la vida, responde con otra lógica: todo organismo que respira y se nutre puede perecer si no se le atiende. La palma no entiende de retóricas ni de laureles; necesita agua, tierra, sol. Y si muere, lo hará en silencio, sin pedir permiso a la teoría.

La crítica mexicana Avelina Vesper lo dijo con lucidez: las plantas no tienen culpa de la carga simbólica que la cultura les impone. Y sin embargo, aquí hemos depositado sobre esta palma el peso de debates, interpretaciones y pasiones humanas, sin darle lo que pide, lo elemental: cuidados mínimos de vida.

Por eso insisto: cuiden esa palma. No dejemos que muera bajo el polvo del olvido, sea o no considerada arte, sea o no merecedora de un premio. Si se seca, se seca también un pedazo de nosotros.