Eran las ocho de la mañana cuando me despertaron El Unicornio Azul, y la Pequeña Serenata Diurna, con su: «que me perdonen, por este día, todos los muertos de mi felicidad». En la acera, frente a un busto de José Martí que dice «Honrar honra» , la gente de la cuadra entonaba el himno nacional de Cuba: «Al combate, corred Bayamenses…que morir por la Patria es vivir». Un amigo de la familia vino a buscarme para llevarme al Parque B, donde, como en todos los parques de la isla, se conmemoraría el 96 cumpleaños de Fidel.
Si algo llama la atención sobre las calles de los barrios cubanos es su absoluta limpieza. No solo no hay basura en las aceras, sino que estas se lavan, como en los viejos tiempos de Santiago de los Caballeros, cuando lavar la acera con detergente era la primera tarea de los sábados por la mañana, porque la basura no es solo un problema de los «síndicos», sino del fomento de una conciencia social que la identifique como un peligro para la salud colectiva.
En el parque me presentaron a las autoridades del Municipio 10 de Octubre y todas eran mujeres, blancas y negras, y eso es algo a lo que nadie presta atención: La Revolución cubana sobrevive por sus mujeres, que son las que mantienen intacta la estructura familiar; con sus luchas cotidianas por la sobrevivencia y defienden que sus hijos puedan asistir al Círculo; que las unidades de salud pública visiten sus casas para cerciorase de que los niños estén vacunados; y que la infancia pueda jugar libremente en las calles porque no hay delincuencia.
La gente es pobre. Su vestuario y calzado son humildes; su paciencia infinita frente a las colas para todo: para el pollo, los huevos, el pan, los frijoles. Es cierto, en República Dominicana no hay colas, sencillamente porque quien no tiene dinero no compra y pasa hambre, les aclaro, cuando se quejan de que «aún no ha llegado el aceite». Por cierto: No hay leche en polvo, para la infancia, porque los barcos que la trajeron no se atreven a descargarla, temerosos de la prohibición por diez años de arribar en puertos norteamericanos si descargan, o las multas astronómicas, que impone Estados Uidos, empeñado en matar de hambre a todo un pueblo porque no «tumba a su gobierno», un genocidio que ya dura mas de 60 años.
En el parque, una compañía de teatro infantil «El Abuelo Cuenta Cuentos», se esforzaba en hacer sonreír a los niñitos que estaban sentados frente al escenario. Eran todos ancianos, imagino que sin desayunar, y me preguntaba: ¿De dónde sacan el ánimo, el vestuario, el humor, para bailar y cantar a las diez de la mañana?
Pensé en Duarte, o en nuestros restauradores, y me pregunté: En cuantos parques del país se están montando espectáculos infantiles para conmemorar el nacimiento de nuestro padre de la Patria, o el de los héroes de la Restauración?.
Esa es la Revolución que no se puede destruir, la que ha resistido y resiste un bloqueo criminal