A sus 26 años, la familia estaba preocupada. Su consumo de alcohol venía constantemente incrementándose y sus largas parrandas eran cada vez más frecuentes. Eso, al combinarlo con su afición a la alta velocidad conduciendo automóviles muy potentes, no presagiaba nada positivo.
Era el único varón de tres hermanos y las dos mujeres lo adoraban.
Igual que la mamá de ellas que, aun no siéndolo de él, lo había criado desde sus primeros años. Lo trataba como uno más de sus hijos
El papá, procurando disminuir los riesgos a los que constantemente estaba expuesto, en un gesto de distorsionada solución y, quizás de fatiga ante sus intentos por revertir el curso de una vida que no iba bien, le regaló un vehículo fuerte y alto.
Era su manera de reaccionar ante sucesos que, al considerarlos inevitables, pretendía disminuir sus consecuencias negativas.
Al principio se ilusionaron porque vieron en él una actitud diferente, como quien pretende reciprocar con conductas más sensatas un trato que su conciencia le decía que no merecía del todo.
Pero es difícil modificar las características que forman parte de la naturaleza de la gente.
Poco después, las cosas retomaron el curso anterior y nuestro personaje reincidió en sus comportamientos desenfrenados.
La familia estaba al borde de la desesperación, con la agravante de que los esfuerzos por procurarle ayuda profesional resultaban infructuosos porque él, como suele ocurrir, se negaba a admitir que la necesitaba.
Aquel sábado era la víspera del Día de los Padres y tenían previsto celebrarlo en la casa de campo que poseían en Constanza. Por eso, cuando en la noche se disponía a salir, le rogaron que regresara temprano para que estuviera descansado al momento de salir de viaje.
Prometió hacerlo. A menos de media hora de haber partido, volvió a la casa.
Ante la sorpresa de todos, dijo que había olvidado algo.
Entró a la habitación de sus hermanas donde solo estaba una de ellas, precisamente con la que mejor se llevaba. La abrazó y besó como nunca, le dijo que la quería y que nunca olvidara eso.
Era el día del papá cuando recibieron la llamada.
Al acudir al lugar de los hechos, no podían creer que estuviesen presenciando un acontecimiento que trastornaría sus vidas para siempre.
Dado el estado de su cuerpo, solo ellos podían avalar que se trataba de él. A su hermana le resonaban en sus oídos sus últimas palabras.