Conspiradores del mundo, despertaos, ya tienen la receta y la clave perfecta para derrocar a un presidente democráticamente elegido o para darle un golpe de estado maquillado: aglutinar un cóctel que incluya juristas, empresarios, políticos, medios de comunicación y una gran turba irreflexiva que se preste para presionar en las calles a un gobierno asediado.
Y es que lo sucedido en Brasil, donde el Senado aprobó el proceso de destitución o impeachment, no permite duda y ha dejado perplejo al mundo. Hace pocos meses Dilma Rousseff fue elegida por 54 millones de habitantes, y sin ninguna acusación seria, un Senado compuesto en su mayoría por legisladores cuestionados, la echa del poder. He ahí la injusticia en su mayor cresta, he ahí en ese capítulo de la política brasileña una infamia que deberá consignar la historia en letras mayúsculas.
Hoy Dilma Rousseff, la mujer que ha sido torturada agrega un triste palmarés a su historial en la convulsa política brasileña: también ha sido traicionada por su vicepresidente Michel Temer, a quien hace mucho tiempo se le cayó la máscara, y a quien la hoy ex mandataria le llamó traidor, el calificativo que mejor le sienta a este hombre ambicioso de poder.
Si se ve en perspectiva y serenamente, uno puede darse cuenta de que esta mujer ha sido víctima de las dos cosas más crueles en la vida y en la política: en su juventud, de la tortura y ahora, en la madurez, de la traición; ambas dejan secuelas permanentes y desestabilizadoras. La primera estocada se la dio una dictadura, la segunda, irónicamente una llamada democracia que ha dejado ver su peor lado.
Lo que vive Brasil hoy día es una tragedia griega, ya están todos los elementos y los personajes más retorcidos y abigarrados: el traidor (el Brutus moderno representado en el vicepresidente Michel Temer y el populacho veleidoso personificado en la turbamulta brasileña que se aposta en las calles pidiendo la renuncia de una mandataria que no ha cometido ningún delito grave.
Que Rousseff, la heredera política de Luis Ignacio Lula Da Silva, figure al lado del ex presidente Fernando Collor de Melo es más que una injusticia. Son los dos únicos presidentes a los que el impeachment recorta su mandato. Este último fue acusado de serios actos de corrupción y de tráfico de influencias para beneficiar a su familia. En cambio a Dilma Rousseff no se le acusa de nada grave.
Nadie la salvó
La componenda para destituir a Rousseff estuvo bien hilvanada. Tan bien que no la pudo salvar quien la patrocinó y apoyó políticamente, Lula Da Silva y que además desde el principio le garantizó una persistente agonía a ella. El Partido de los Trabajadores (PT), a pesar de las manifestaciones de solidaridad, y las diligencias del excelente negociador y líder que es Lula, no fueron suficientes. La suerte estaba echada, y los primeros visos fue la votación escenificada en la Cámara de Diputados donde estos más que legisladores parecían payasos sacados del teatro del absurdo.
Votaron en contra de Dilma, recordaron sus abuelitas, a sus tías que los criaron y hasta a los propios personajes que torturaron a la presidenta Dilma en el pasado.
Eso sí, Dilma luchó como una guerrillera. Nunca se rindió ni ha dado muestras de que reculará y saldrá huyendo. Ha expresado que lo que contra ella se ha cometido es una gran injusticia. Mayor razón no podría tener, hoy contra la sinrazón no se puede. Pero ése es el Brasil de hoy, donde las élites se han rebelado, donde han querido imponer sus normas y criterios ancestrales en el que las minorías estén relegadas. Negros, mujeres en el mapa del nuevo gabinete conformado por Rousseff son invisibles.
Es la tradición de que el que debe estar en la favela debe saber y entender que ese es su natural sitio. Intentar salir de allí es un crimen. Por eso nadie le perdona a Lula da Silva haber sacado a más de 40 millones de brasileños de la pobreza. Como Hugo Chávez, que dignificó a los pobres de Venezuela, les dio educación, salud y hasta les puso dientes, Lula Da Silva cometió algo abominable, y por eso se le quiere hacer pagar caro. Si a Chávez la élite de Venezuela le llama El Negro, a Lula, la élite fanática y evangélica le denomina El Analfabeto, El Obrero.
Es en ese contexto de discriminación social y racial existente en Brasil, donde en el pasado el escritor Machado de Asís se dejaba crecer la barba para ocultar su mulatez, que el proceso de impeachment ha tenido éxito.
Dilma Rousseff es una presidenta espectral. Otro nombre más apegado a la realidad poética no podría dársele. Tendrá algunos privilegios: una casa, un sueldo aceptable, acceso al helicóptero presidencial pero sin gastar mucho combustible.
Espectro viene de sombra, y eso será Dilma a partir de ahora en la tierra que ha parido a genios de la estirpe del cuentista Joaquín María Machado de Asís o el novelista Jorge Amado, y también a traidores de la estatura de Michel Temer o a congresos de la calaña del que hoy se gasta, donde la mayoría cuestionada derroca a una presidenta que no tiene la cicatriz de la corrupción en su piel, sino de las torturas que sufrió cuando era joven, guerrillera, feliz, sin poder, e indocumentada.