Opinión Articulistas

Dos poemas

Dos poemas

Efraim Castillo

  1. Alguna mañana

Es esta la mañana de hoy, o es quizás la misma mañana de ayer, tan cargada de pesadez, tan huidiza y fría? Podría establecer una teoría de lo mismo: una física inmutable y circular. La teoría de lo improbable en lo probable y de lo ascendente en lo descendente.

Podría inventar lo desinventado y así internarme profundamente en mí, acaparando humores, goces y perversiones, desigualdades y, por encima de todo, la tristeza de la demarcación y del lamento.

       Esta debería ser la misma mañana y no lo es. Siento un nuevo bombardeo de estrellas que nos mira como una fulguración de luz. Adivino, así, algún renovado millón de tristes personas entrando en la misma quejumbre del hambre, de soledades, y una empinada ruta nos aguarda en la angustia.

Esta podría ser la misma mañana cargada de trinos y relucientes estrellas, de mar abierto, de cristalinos ríos, de tenue lluvia sobre alfombras de hojas y, sin embargo, no lo es. ¿Acaso en esta mañana estará igual de verde el Mato Grosso? ¿Acaso correrá el Ozama su mismo curso? ¿Estará el Isabela tan transparente como ese cercano ayer de mis sueños?

      No. No es esta la misma mañana y nadie podrá timarme con mensajes alborozados sobre el fin de la utopía, ni de masas silentes guiadas como manadas. No es esta la misma mañana soñada por Buda. No.

Esta mañana huele a economía de mercado, a temores y roturas de anhelos y escarnios. Sin embargo, alguna mañana debe haber cambiado, algún instante se debe haber tornado color de incienso, de humo y niebla; algún instante debe haberse colmado de logros espaciados y voces inertes.

      Alguna mañana y no aquella, precisamente, debe haberse permutado en no-luz, en una escrutable historia de vértigos. Alguna mañana y no la convertida en ayer debe permanecer en el grito para estacionarse como un estándar en las gargantas de los muertos y alertar para siempre a los vivos que habrán de nacer mañana.

2. Toda medida

      Toda medida recorre lo ordinario, se mezcla al polvo, embota la memoria. Pero toda medida es también cómplice de la sombra: se subvierte y se vende al mejor postor. También, cada medida avizora el lejano estruendo del bosque y recrudece el discurso de la historia. Y es ahí cuando sobreviene la nostalgia.

Toda medida parte de un tiempo y muta la palabra entre cambio y cambio, entre mesura y mesura. Por eso, no cualquier dios podrá crear la vara para medir la distancia que contrae y separa el hielo del paraíso del fuego la intriga.

Toda medida, todo contenido, habrá de convertirse en transparente grito para repercutir en el vacío del tiempo, porque ninguna medida interrumpirá la ilusión, la mansedumbre del reposo, ni la visión del arcoíris. Ninguna medida alterará el ritmo de la vida para impedir la muerte. Ninguna medida detendrá las lágrimas ni el fulgor del atardecer.

Ninguna medida detendrá el orden comprado, ni será albedrío para opacar la ebullición de la luz.