En Brasil y Ecuador las ejecuciones de presuntos sicarios envían un tenebroso mensaje sobre los tentáculos de la industria del crimen organizado.
La Policía brasileña halló los cuerpos de cuatro supuestos traficantes sospechosos de participar en la ejecución a tiros de tres médicos en Río de Janeiro.
Los cadáveres fueron encontrados en el interior de dos vehículos estacionados en diferentes puntos. Pero en Ecuador fueron ejecutados en la prisión en que estaban los siete detenidos acusados de participar en el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio.
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Los seis colombianos y el ecuatoriano fueron encontrados ahorcados en sus celdas. Lo sorprendente es que las ejecuciones no encendieran las alarmas ni dejaran ningún rastro.
El caso de Ecuador alerta sobre la dimensión de una industria que ordena eliminar a un candidato presidencial y, para borrar huellas, ejecuta a los supuestos sicarios. Lo ocurrido en Brasil y Ecuador no puede pasar inadvertido.
Por su gravedad llama la atención sobre la dimensión de una industria controlada por el narcotráfico, que los gobiernos tienen que combatir cada vez con más fuerza.