El Congreso Nacional, más que un órgano deliberativo, es la piedra angular sobre la que descansa la institucionalidad democrática del país.
Sus tres funciones —legislar, fiscalizar y representar— no solo son esenciales para el desarrollo político, económico y social de la República Dominicana, sino que constituyen la base del equilibrio de poderes que consagra el espíritu republicano inspirado por Montesquieu.
Pero para que este equilibrio funcione, se necesitan actores conscientes del peso de su rol histórico, dispuestos a actuar con madurez institucional, sentido de la historia y del momento político que vive el país.
Como en el cuerpo humano, donde la cabeza guía al resto de los órganos, la dirección del Congreso —especialmente del Senado— debe ser coherente, sensata y legitimada, no solo por los votos, sino por la confianza interna y externa que proyecta.
A medida que se acerca el 16 de agosto, fecha en la que se renuevan los bufetes directivos de ambas cámaras legislativas, una guerra soterrada ha comenzado a tomar cuerpo en el Senado de la República. Aunque el Partido Revolucionario Moderno (PRM) cuenta con mayoría absoluta —24 de los 32 senadores—, sin contar los aliados, lo que en teoría le permite definir sin fricciones sus autoridades legislativas, la realidad es otra.
En la Cámara de Diputados, la continuidad de Alfredo Pacheco luce garantizada.
Sin embargo, en el Senado, la historia es distinta.
El actual presidente, Ricardo de los Santos, ha sido valorado por su prudencia y buen manejo, pero enfrenta resistencias dentro de su propia bancada. Su permanencia está en entredicho, a pesar de que, a juicio de muchos, ha pasado con buenas calificaciones, lo que le trilla el camino para volver a repetir.
Del otro lado está el bloque de la resistencia, que, con berrinche incluido, encabeza el senador por la provincia Santo Domingo, Antonio Taveras Guzmán.
Otros, aunque menos fogosos en el discurso pero firmes en su decisión, también cocinan a todo vapor sus aspiraciones a la presidencia de la Cámara Alta. Estos son: Dagoberto Rodríguez Adames (Independencia), Alexis Victoria Yeb (María Trinidad Sánchez) y Franklin Romero (Duarte).
Montesquieu sostenía que “todo hombre que tiene poder tiende a abusar de él; va hasta que encuentra límites”. La renovación del liderazgo en el Senado debe ser, por tanto, una oportunidad para fortalecer la legitimidad institucional, no para socavarla desde dentro con chantajes, divisiones o ambiciones desbordadas.