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El costo de leer y escribir

El costo de leer y escribir

Rafael Grullón

Por: Rafael Grullón
(pulsodelasemana@yahoo.com)

Nos revelaba una vez Franklin Almeyda que iba con Juan Bosch pasando por la residencia del escritor y crítico de cine ido a destiempo Armando Almánzar, y Don Juan señaló “Ahí vive el mejor cuentista dominicano, pero no le gusta pasar hambre”.

Efectivamente, antes de morir, Armando Almánzar recibió en el 2012 el Premio Nacional de Literatura.
Cuando dejó su pueblo natal, Aracataca, donde la ficción superó a la realidad, García Márquez tuvo que vivir en sus primeros días del ejercicio del periodismo en un edificio llamado el Rascacielos, donde vivían prostitutas y chulos.

Esos compañeros de cuartos de alquiler veían que al escritor iban a buscarlo en vehículos de lujo, pero el hombre no tenía “un centavo en el bolsillo”, al punto que cuando iba a salir por la mañana y no tenía los 150 pesos del pago del cuartucho, debía dejarle en empeño al encargado del edificio el borrador manuscrito del libro que en el momento estaba escribiendo.

Lo que no se sabe es cómo “diablos” al tipo que había que pegarle interpretaba que aquellos legajos de papeles constituir el mejor tesoro del escritor. Cuando partió de Colombia para México en busca de mejor suerte en la entrevista para un trabajo de guionista de cine, García Márquez llegó al sitio primero que el convocante y meter los pies debajo de la mesa para no exhibir las malas condiciones de sus zapatos.

Cuando escribía Cien Años de Soledad, la mujer debió empeñar todo en la casa, solamente dejaron un abanico y un secador de aire y cuando iban de viaje le dice su otra mitad: “Gabo, ahí está el dueño de la casa que cuándo le vamos a pagar los tres meses de alquiler que debemos, y el escritor le contestó dile que no son tres, sino seis lo que le vamos a deber, pero prométele que se los vamos a pagar todos juntos”.

Suerte que Cien Años de soledad se vendió como salchichas.

Como decía Don Juan, para ser un buen cuentista hay que estar dispuesto a pasar hambre y el autor del Hombre Mediocre, José Ingeniero, admitió que su vicio más caro era leer, ya que tenía que dejar de trabajar para tener tiempo para mantenerlo, el vicio.

El Nacional

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