POR: Luis Pérez Casanova
l.casanova@elnacional.com.do
Los 18.5 millones de pesos que según el Ministerio de Educación invirtió en su pabellón no es la única nota que desafina de la Feria Internacional del Libro. El carácter de bazar que le confiere la venta de todo tipo de chucherías, la instalación de módulos oficiales de lujo y la limitada oferta de materiales y de actividades relacionadas con la lectura también conspiran contra un evento denominado ampulosamente como fiesta de la cultura. Que la mayor afluencia fuera de estudiantes de escuelas públicas no es criticable, aunque fueran llevados a la fuerza. El contacto con el libro será siempre importante como parte de todo programa para fomentar el conocimiento, y de esa manera estimular la formación cultural.
La rimbombancia con que fue presentada el evento se quedó en la retórica. O las buenas intenciones. En nuestra noción, dice el programa, todo lo que se puede discutir a la sombra del pensamiento estructurado es materia ideal para el libro. Y agrega que siempre a tono con el espíritu plural de la fiesta los visitantes encontrarán entre salas, pabellones y calles “una muestra de las más granadas ideas y expresiones que conforman el aspecto cultural dominicano”.
En realidad, lo que había mucho eran vendedores de toda clase de golosinas y de algunas alegorías que guardan muy poca relación con el mundo de las ideas, el pensamiento o de la propia lectura.
Es una verdad de a puño que en este país se lee poco, que la producción literaria es ínfima y que últimamente no ha habido esos grandes “best sellers” que suelen atraer lectores. Pero además que son contadas las librerías que quedan en pie y que los precios de los libros son prohibitivos hasta para los amantes de la lectura. Pero tanto la del libro como las demás ferias ejercen un atractivo para la familia, que bien se puede aprovechar para actividades que motiven interés por la lectura como fuente de conocimiento y deleite espiritual.
Con el tiempo que lleva celebrándose es para que el evento cuente con más nivel cultural. En esta ocasión, salvo la presencia del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en la ceremonia de apertura, cotizados escritores e intelectuales internacionales brillaron por su ausencia. Ni Eduardo Galeano, uno de los invitados y con quien sería memorable una tertulia, asistió al evento. Hubo, eso sí, mucha propaganda mediática.
La nueva etapa en su desarrollo que trilla la nación hace que la experiencia, dígase lo que se diga, sea para aprender, sobre todo en cuanto a la organización de otras fiestas culturales. La Feria es para el libro, conferencias y todo lo que se relacione con la cultura. No para pabellones como el de Educación ni para la venta de palitos de coco, pulseritas, mabí, yaniqueques ni otras chucherías.

