Haití ronda otra crisis, o profundiza la que le ha sido característica, con la incógnita que plantean las elecciones convocadas para el 24 de este mes. ¿Podrán ser legítimas unas elecciones con la participación de un solo candidato, por demás oficialista? Por supuesto que no. Con la abstención anunciada por el opositor Jude Celestin por temor a un fraude del Gobierno a favor del oficialista Jovenal Moise, un empresario agrícola poco conocido, este corre solo en la contienda. Si aun así se celebran las votaciones en una nación sin instituciones y frágil gobernabilidad, las consecuencias políticas, económicas y sociales son obvias.
La paradoja del proceso está en que de 54 candidatos que se inscribieron para la primera vuelta, ahora solo uno, que ocupó el primer lugar con un cuestionado 34%, es el único que se promueve. El resto, con Celestin a la cabeza, ha reclamado la suspensión de un ejercicio que, de efectuarse, anticipa violentos estallidos, propios de la historia de una nación todavía afectada por su proceso de formación. Ha de recordarse que los haitianos, trasplantados como esclavos, al obtener su libertad construyeron esa cultura que en gran medida ha normado su existencia.
Al carecer de un sistema de arbitraje cuyas decisiones sean respetadas ni dar el salto para dirimir sus diferencias por la vía del diálogo, el país permanece instalado sobre un barril de pólvora presto para estallar por la más ligera chispa.
Tal vez para despejar el panorama, la Organización de Estados Unidos Americanos (OEA) se ha apresurado en saludar la convocatoria de unas elecciones que, tras aplazarse en dos ocasiones, primero por las irregularidades denunciadas en la primera ronda y después por la falta de tiempo para organizarlas en la nueva fecha, tienen todas las características de una farsa. Suspender la convocatoria resultaría un tanto traumático, pero es posible que en los actuales momentos sea lo que más convenga, así como designar una comisión electoral por consenso y una junta de Gobierno a partir del 7 de febrero cuando el actual presidente Michel Martelly entregue el poder. Porque en las condiciones actuales insistir en el proceso es provocar estallidos.
Aunque el Consejo Electoral Provisional ha prometido ser más transparente, los observadores han encontrado que no se ha avanzado lo suficiente como para garantizar un certamen mínimamente confiable. Lo más que se ha hecho es separar las votaciones locales de las presidenciales para reducir el número de representantes de los partidos en las mesas electorales y así evitar que se repitan los problemas que tanto malestar han causado. Como se recordará, la primera vuelta se efectuó en un clima caracterizado por las acusaciones de fraude.
La crisis está planteada.