Opinión

Empujar, empujar, empujar

Empujar, empujar, empujar

Los hombres sabios, desde la antigüedad, han sostenido que el desarrollo humano debe hacerse de la mejor manera, esto es, vivir de acuerdo con aquellos principios que rigen la voluntad de hacer lo que se considera bueno y natural y no gastarse la existencia como aquellas sabandijas que se apartan de lo correcto y que se apesadumbran cuando son llamadas ingratas, ambiciosas y desleales debido a sus malas acciones o pésima convivencia entre los demás seres humanos. Claro que dentro de la peor categoría tenemos que poner en al altar mayor a los leguleyos que sirven a los peores intereses y de los cuales son sus fieles esclavos, vale decir los narcotraficantes en el caso que nos ocupa eternamente.

En algún momento y lugar escuché que la vida en sí es una porquería, pero que es mejor vivir ésta porque la opción era peor. Cierta y verdaderamente que nos referimos a vivirla bien, ceñidos a lo que mandan la Naturaleza y las leyes, tanto las del hombre como las naturales. En esta tesitura es necesario y obligatorio empujar, empujar y empujar hasta que uno reviente o te hagan reventar; pero empujar, cada vez con más ganas, creyendo que desear la práctica de lo correcto no es malo. Por el contrario, dejar de empujar sí se convierte en pecado o traición -que viene a ser lo mismo- contra ti y todos aquellos que en tus principios te emulan. Muy a pesar de los asalariados de los narcotraficantes, obstinadamente continuamos empujando.

Dejar de empujar es sinónimo de entregarse, es parecido a lo escrito por Gaspar Gil Polo, gran poeta español perteneciente al bien llamado Siglo de Oro de la poesía española, en su “Canción de Nerea”, en la que versa: “Volvió a sus juegos la fiera/ y a sus llantos el pastor,/ y de la misma manera/ ella queda en la ribera,/ y él en su mismo dolor”.

Es imposible cejar, dejar hacer y dejar pasar, permitiendo que la verdad que hay dentro de ti se ahogue, se extinga poco a poco, como luz de lámpara a gas, por falta de alimentarla para mantener la mecha encendida. De igual manera, esto es sinónimo de inercia por miedo, hastío o cansancio a cualquier tipejo a la vera uno deje de empujar para mantener a flote la vergüenza y la bonhomía.

Me Sotorrío cada vez que miro o escucho a personas valiosas, que se aman y dicen hacerlo más que a nadie y que sin embargo supeditan su accionar, concepto y opinión de la vida en mucho menor consideración que la de los demás, perdiendo la calidad humana que indiscutiblemente les adorna, sólo por temor a cualquier tipo de represalia u opinión nausebumda de cualquier leguleyo, cuando por más mala, difamatoria, abusiva o traumática, siempre será pasajera siempre y cuando no llegue a la muerte, llevando ese temor a respetar más lo que piense o diga cualquiera que a lo que creemos y pensamos nosotros mismos.

Eso equivale a una sumisión cobarde ante aquellos que sólo irradian vergüenza. Pero para luchar contra esto, primero hay que hacer acopio de un proverbio que aparece en muchos autores griegos, al decir que “en la escritura y la lectura no iniciarás a nadie antes de que te inicies a ti”. Y esto, mucho más si se refiere a llevar una vida digna y empujar, empujar y empujar hasta el más allá, sin claudicar en lo que crees. A esto se le llama armarse de moral para empujar.

 La experiencia, esa acumulación de desengaños que hemos ido atesorando al través del tiempo, nos presenta ejemplos que nos dan fortaleza para continuar empujando -muy por encima de los asalariados de los narcotraficantes-, como aquella ocasión cuando el líder chino Mao Tse Tung nombró a Hua Guofeng como jefe de Gobierno y las intrigas de los radicales no lo dejaban tranquilo por lo cual decidió abandonar el cargo, y Mao, que ya estaba bastante enfermo y prácticamente sólo se comunicaba por medio de la escritura, le escribió una nota donde le decía; “Contigo al frente puedo estar tranquilo. Actúa según los principios establecidos. No pierdas los nervios. Tómatelo con calma”. Y eso bastó para acallar las intrigas y para que Hua continuara su trabajo en paz. (¿Se entiende?).

Es imposible dejar de empujar y comportarse ante los problemas morales como un eunuco ante la hembra, ya que esto sería como ceder ante aquellos carentes de la autarquía moral para poder gobernar su comportamiento corrupto, cobarde y traicionero y que además suelen presentarse con ese círculo luminoso que suele figurarse detrás de la cabeza de las imágenes de los santos y que para ellos, debido a los adelantos técnicos, les es tan fácil artificiosamente aparecer con su aureola y que otros tantos como ellos se encarguen de aureolar cada día más su figura siniestra, vulgar, ruin y desvergonzada, vamos a considerar que como un vagabundo cualquiera.

No se parecen estos prototipos, para nada, a esos seres excepcionales que son capaces de tener en un sitial encumbrado la amistad, porque según sostenía Voltaire en su Diccionario Filosófico, “Sólo los hombres virtuosos tienen amigos”. Empujemos contra esa carroña escandalosa para vencerle, porque sabido es que como expresaba San Vicente de Paul: “El ruido no hace bien; el bien no hace ruido”.

Por eso, entre analogías y silogismos sé que en ocasiones a muchos se les hace difícil ubicarse en su posición dentro del entinglado maquiavélico en el cual se desenvuelven, pero aún así patalean porque delante de ahorcado no se puede mencionar soga, y muy a pesar de todo continuar siendo lo mismo ya que de tanto andar en el fango se llegan a creer cerdos y no tienen reparos en continuar su traicionera y desvergonzante vida, como decía Mao que “un cerdo muerto no teme al agua hirviendo” y, como su vergüenza hace tiempo se esfumó, es condición sine qua nom vivir y procurar empujar a otros que les hagan compañía en el fangal, la pocilga, el estercolero moral en el cual viven, con el permiso de los cerdos. ¡Sí señor!.-

El Nacional

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