La ética necesariamente tendrá el valor que la sociedad le otorgue. En las sociedades democráticas, la forma más eficaz de evaluar el valor que estas sociedades le brindan a algo tiende a ser de forma directa a lo que sus ciudadanos dicen a través de su voto, y de forma indirecta el impacto en el sentir social de las actuaciones, o ausencia, de su régimen de consecuencias.
Aunque quizás deba hacerlo, no pretendo hacer el ejercicio filosófico sobre lo que es ético en una sociedad donde la moral constantemente evoluciona, porque lo que llama mi atención es lo que universalmente se valoraba como bien o mal hasta hace unos 5 años, el régimen de consecuencias que derivaban de ello y el aparente colapso del mismo a lo largo de todo occidente e impulsado por el voto directo de sus ciudadanos.
El cansancio legítimo frente al status quo que no pudo dar una respuesta adecuada a las consecuencias de la crisis financiera del 2008, ha degenerado un apetito voraz de cambio por el cambio mismo.
Esa hambre ha llevado a votantes en todo occidente a lanzar por la borda los conceptos éticos básicos que regían a sus sociedades con el objetivo de alcanzar un “cambio” sin importar como este se materialice.
La prensa internacional es como una pesadilla.
El problema de la democracia cuando ciertos principios del deber ser político y social son lanzados por la borda por una mayoría de votantes, es que el régimen de consecuencias impulsado por los múltiples controles institucionales existentes para el ejercicio ético del poder inevitablemente se va a enfrentar al “deseo del pueblo”, lo que en sí le pone en una paradoja ética.
Más aún, el ejercicio del poder político y económico de una manera transparentemente anti-ética sin aparentes consecuencias tiene propiedades contagiosas que se permean rápidamente hacia el resto de la sociedad. Cuando nuestros líderes políticos hablan o se comportan de una forma abiertamente xenofóbica o sin el menor cuidado por los fondos públicos, no tarda mucho a que el resto de la población, en particular la que les elige como su representación de “cambio”, se sienta empoderada en asumir posturas similarmente anti-éticas.
Leo la prensa local e internacional y es como vivir una pesadilla. No hablo de los asesinatos que habitualmente adornan las primeras planas, ni la criminalidad o las noticias lamentables de siempre; sino del completo abandono de lo que hasta no hace tanto considerábamos fundamentalmente ético, y no sólo la falta de consecuencias por estas transgresiones sino la abierta celebración por el resto de la sociedad.
Nunca había dudado la bondad fundamental de la democracia, y aunque puedo brindarle varias excusas, hoy no puedo evitar por primera vez ponerle en duda.