A las cinco de la madrugada, silencioso zigzag, una mano se extiende hacia la luz, reclamando su pedazo de mar entre los espacios sin pintar que aloja el edificio de enfrente. Anónima, navega entre polutas que ascienden desde su angustia hacia el día que se posa en una terraza de La Habana.
Relumbra el faro de Casa de las Américas y es rosado el gris de su fachada. Es un tierno amanecer avanzando con escasos carros de los años cincuenta, que a esa hora nos transportan a otra dimensión del tiempo donde una vez cruzamos por este mismo momento, esta misma avenida iluminada con tonos lila, esa estatua ecuestre y altiva, ese ángulo particular de la casa que ha sido y es la única casa, la que Haydee Santamaría (con apenas un cuarto año de primaria), y Roberto Fernández Retamar construyeron para el tránsito entre la terrible realidad y la belleza.
Oleaje, en la casa se escucha el tronar de las armaduras cuando caen, para desnudos reinstalarnos en los trajines de la esperanza. Puerto para nuestras ciudadanías en espera, me aferro a este momento del día, a este minuto, a esta luz, a la orgullosa bandera cubana que oronda me saluda en esta estadía que comparto con Evangelina, a sabiendas de que nunca será igual.
Los botes en lontananza esperan su turno para pasar de mi ensueño marinero al imbatible sol y dádiva de esta ciudad. Magaly Caram, ModestoGuzmán, Michelle Cohén, José Antonio, hicieron posible el sueño de traer la obra Andrea Evangelina al Coloquio de la Diversidad, que este año estuvo dedicado al África, con 120 delegados de todo El Caribe y Europa. Veníamos con cajas de gofio para una ciudad que ha olvidado cuál era su sabor peculiar, su textura y se regocijo cuando los recibió junto con el programa.
Ernesto Che Guevara nos cedió su espacio y bajo su intensa mirada armamos un escenario en un auditorio no apropiado para una obra que lo que cuenta es la tragedia de una mujer negra y pobre que quiso ser médica. Un gigantesco árbol de la vida parecía decir: la esperanza habita en la tragedia, y frente a ese árbol fue a morir Evangelina para luego sollozar en Ruth Emeterio, al tronar de los aplausos.
Hace tiempo que la cubanía no llora, me dijo mi amiga Yolanda Ricardo, porque se nos secaron las lágrimas con tanta lucha por la sobrevivencia, con tanto sueño abortado por la intransigencia política de todos los que nos han bloqueado, pero esta noche nos han devuelto el llanto y con esas lagrimas que hoy corren sembraremos otros retoños de vida, para una nueva planta que llamaremos EvangelinaRodríguez.