En el período resulta saber dónde termina Limber Cruz y dónde empieza el presidente Abinader. Existe una profunda simbiosis entre ambos, y por ello dentro de los desaciertos del Gobierno ha sido su designación como Ministro de Agricultura, que lo sitúa en un plano original y único.

Suele suceder que su única pericia para ocupar el cargo por el capricho y obsesión del Presidente es ser un importante productor de plátano, sin embargo, es notoria la carestía del alimento y es de legítima sospecha de que se trabaja para sí mismo.

Los volúmenes de producción agrícola son de colapso, importaciones y precios lo confirman, y estas decisiones tan distorsionadas deslegitiman el proceso productivo local que, paradójicamente, se pretende hacer parecer como bien atendido por el Gobierno.

La crítica ponderada y bien argumentada contra estas medidas, saludable y necesaria, se ha sustituido por una sarta de mentiras, por ejemplo, negando importaciones de arroz y papa en La Semanal, como si no existiera el DR-CAFTA, e incluso, se resalta el crecimiento del PIBA, pero se oculta que crece más lo pecuario que lo agrícola y ese esfuerzo no es del Ministerio, sino del sector privado, mientras el fomento de víveres y vegetales es insuficiente.

Lo notorio es la satisfacción del Presidente avalándole el resultado.
Es decir, se miente, y lo que se confirma es, que todo el esfuerzo oficial se propone que la esencia misma del Estado sea visto como un mercado donde prima el negocio.

Pero lo más desvergonzado es el incurable modelo de corrupción con las licencias de importaciones, el manejo de los fondos de la FPA y del ciclón Fiona, o peor, me dicen de miles de quintales de semilla de habichuela para fomento desviados al mercado y justificados como sembrados.

Conviene repasar la secuencia de estos hechos para tener una idea clara del objetivo: existe una clara intención de beneficiar grandes contribuyentes de campaña, es decir, se trabaja en aras de un uso electoral del Estado.