convergencia

Genaro Phillips: Tótems

Genaro Phillips: Tótems

Efraim Castillo

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Desde el ceramista y pintor griego Exekias (Atenas, siglo VI a. C.), hasta el pintor noruego Edward Munch (1862-1944), los saltos estéticos han procesado, como enuncia Yves Eyot, «la precisión, la minuciosidad de las líneas, la pureza de las formas, la poderosa expresión de los estados de ánimo y la intensidad de los sentimientos humanos [fundamentándose] en las presiones políticas provenientes de las discusiones colectivas, en las reflexiones filosóficas, en la literatura, en las corrientes místicas y en la propia música» («Génesis de los fenómenos estéticos», 1978).

Al respecto, Levi-Strauss tiene una respuesta antropológica concisa: «Lo fundamental del pensamiento se encuentra en las relaciones, en el aprovechamiento total del tótem» («Myth and meaning», 1978).

Es decir, para Levi-Strauss, más allá del lugar que se establece de acuerdo con el orden de la «función», lo importante, lo determinante, son las «relaciones».

La estética, si se parte desde esa concepción antropológica cultural, podría sistematizarse a través de una cadena estructurada por correlatos, por las correspondencias que convergen para demostrar, desinteresadamente, tal y como debe establecer la producción social ligada a lo lúdico, a la comprensión del mundo circundante, y «evocarlo» a través de la recuperación de imágenes que, o se sintetizan a través de ritmos para socializarlas en la propia producción, o se exorcizan para siempre en el olvido.

Genaro Phillips (1955), en sus Evocaciones —una muestra de 1998 que reunió dieciséis obras—, recurrió a condicionantes y relacionantes de una sociedad a la que trató de testificar, de contar, de interesar para proporcionarle la satisfacción de su integración en la totalidad. Porque el fin de todo arte es ese: su integración en la totalidad para comprender y ser comprendido, para aprisionar y ser prisionero.

En Exekias, lo meramente totémico, lo modal, lo decorativo, lo funcional como pieza de alfarería, se convirtió en presencia, en «tótem pensante», como enuncia Levi-Strauss, ya que mucha de la techne griega anexó -más allá de lo establecido y programado, mucho más allá de lo acostumbrado y lo usual-, los fundamentos cruciales de un tercer discurso.

A través de esa muestra, Genaro Phillips -apoyándose en profundos relatos memoriales- se reintegró a su pasado, articulando, desarticulando y ascendiendo y descendiendo las escalinatas de lo asimilado, de lo olvidado, en un aprendizaje que su generación, esa maravillosa y sorprendente Generación del 80, la cual (con matices diferentes en intensidad y brillo a la Generación del 60, que fue testigo impoluto de la embestida final de Trujillo, la muerte de Manolo, el Golpe de Estado a Bosch, la Revolución de Abril y el asesinato de Caamaño) tuvo que convertir en catarsis el suicidio de Antonio Guzmán, la prisión de Jorge Blanco, la poblada del 84, la caída de grandes sueños y, sobre todo, el nacimiento de la simulación como medio de vida.

Esa catarsis, unida a la búsqueda de un arte meramente exploratorio, hizo posible que este comienzo del siglo XXI acumule suficiente energía creadora para establece