El rasgo definitorio de este Gobierno es la improvisación. En la travesía de esta administración, el Estado se ha anegado de decisiones sin directrices que crispan, enfrentan y confunden a la sociedad, y los políticos de la oposición aprovechan para hacerle críticas severísimas a esa bisoñez; también sectores cuyo peso moral es ineludible, y gente común de la calle que continuamente expresan su inconformidad.
Lo preocupante es que eso ocurre en el quehacer diario en todos los órganos de decisión del Gobierno y, además, se acrecienta.
Todo por la falta de diálogo y de consulta, y por tratar de aniquilar al adversario. Lo más reciente ha sido la nueva ley que crea la Dirección Nacional de Inteligencia, violatoria flagrante de la Constitución al vulnerar derechos fundamentales de los ciudadanos, formulando argumentos insostenibles para justificarla: los peligros provenientes del terrorismo, el narcotráfico, la ciberamenaza y la corrupción. Verdaderamente risible esas deslumbrantes exageraciones.
En términos más coloquiales es el caliesaje de siempre utilizado como moneda política en un país como el nuestro que ha sufrido tanto con el espionaje político en forma oprobiosa, proponer una legislación en esa materia merece un debate a fondo y no la elaboración de una ley apresurada que corre el mismo destino de otras como: la ley Sobre Trata de Personas, Explotación y Tráfico Ilícito de Migrantes, el Proyecto de Ley sobre Ciberdelincuencia, la del Ministerio de Justicia, Proyecto de Ley Fideicomiso Punta Catalina, y varios decretos y disposiciones, todas derribadas por la presión política, social y mediática,constituyendo una reprobación colectiva por no llevar a cabo propuestas claras y transparentes.
Indudablemente este es un Gobierno que se aleja del ideal de tolerancia queriendo reforzar su poder y el de los aparatos del mismo, en detrimento de la conectividad con el pueblo; y a la vez, abusan por su excesiva mezcolanza de sus improvisaciones con la mala fe y la astucia. La mayoría absoluta le nubla la razón.