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Historia enrevesada

Historia enrevesada

Pedro P. Yermenos Forastieri

Sin imaginar siquiera la complejidad que alcanzarían los acontecimientos, se amaron profundamente. Aquellos eran tiempos de adolescencia.

Como suele ocurrir, pensaban que su pasión no tenía manera de apaciguarse. Parecían haber nacido para compartir sus vidas. Todo lo que no colacara su relación en primer lugar era, para ellos, secundario.

Así fue hasta que rutas existenciales disímiles los separaron. Al principio, el duelo recíproco fue cerrado, pero el consolador infalible del tiempo fue diluyendo, aun fuere en apariencia, aquel sentimiento que parecía indemne a cualquier obstáculo. Cada quien tomó su rumbo. Encontraron en otros cuerpos los receptáculos de sus ardientes entregas.

En su trabajo, él se hizo amigo de un compañero, con quien cada vez intimaba más. Como era previsible, el tema de las parejas no tardó en surgir. Él era divorciado con dos hijos y una niña adicional de su antigua esposa a quien quería como propia.

Su amigo estaba casado y tenía tres hijos. Acordaron juntarse con los seis descendientes, en una casa de montaña que él tenía.

Llegó desde el día anterior a preparar todo para que las cosas estuvieran de la mejor manera. Convocó para las diez de la mañana y a esa hora estaba listo para recibir su visita que llegó apenas unos minutos después.

No podía creer lo que estaba viendo. A ambos les costó muchísimo disimular la vorágine nerviosa que los paralizaba. Los niños, con esa maravillosa espontaneidad que los caracteriza, sirvieron para disipar el difícil momento que se les presentaba, empeñados los dos en que el marido no conociera la tórrida historia que los había vinculado, cuyas reacciones indicaban que se trataba de una llama no del todo extinguida.

Aquel encuentro fue el inicio de unos intercambios que, estimulados por los tres, cada vez se hacían más frecuentes. Difícil que hubiese un fin de semana sin juntarse. El esposo estaba feliz de que su mujer se sintiera tan a gusto con esa amistad.

Crearon un chat del grupo, pero los mensajes privados entre los protagonistas de aquel romance juvenil fueron creciendo.

Uno y otro estaban conscientes de que algo que creían dormido había despertado.
Sin embargo, se sentían comprometidos a actuar con honestidad ante una persona que no merecía una traición de esa magnitud.

Ese imperativo ético los condujo a finiquitar la situación. Los esposos se separaron. La amistad de los amigos continuó. Y la vieja pareja redujo al mínimo sus contactos.